¿Edificio Luis Cousiño o “Ratonera”?
Se puede decir que el edificio Luis Cousiño en Valparaíso, actual Centro de Extensión DUOC, es como un organismo vivo que pasa por diversas etapas de la vida: nacimiento, juventud y fulgor, madurez, decadencia y muerte. Claro que en el caso de este edificio patrimonial las fases de florecimiento y de declive han dado saltos de ida y vuelta confundiendo la linealidad de la secuencia. El motivo que ha puesto al edificio Cousiño en los titulares es el bullado caso de robo de una letra del frontis del edificio y de rayado a diversos inmuebles patrimoniales –el Registro Civil y Aduanas– y comerciales. El episodio –cuesta decirlo– sería “normal” en Valparaíso, salvo por el hecho de que en 1994 fue declarado Monumento Histórico y porque el robo se hizo en el marco de una exposición presentada en el Parque Cultural de Valparaíso, que fue financiada con 21 millones de pesos por Fondart, es decir, con recursos públicos.
Esto abre algunas preguntas: ¿debemos normalizar la vandalización de la ciudad patrimonial y los monumentos históricos con recursos que provee el mismo Estado so pretexto de que se trata de un instalación político-artística? ¿Es apropiado que una institución pública cultural, financiada por el Estado, promueva estas acciones prestando sus instalaciones para la exposición? Si bien tarde, una parte del Estado ha respondido a través del accionar de la Fiscalía Regional. El debate, en definitiva, es si acaso la libertad artística y si la transgresión performativa lo permiten todo. Un viejo liberal, John Stuart Mill, diría que está todo permitido, salvo cuando hay daños a terceros. Ese es el límite. En este caso el daño lo sufren las instituciones damnificadas, pero también la ciudad en su conjunto, es decir, sus habitantes. Esto en una ciudad patrimonio de la humanidad que, salvo dos cerros, se encuentra en un estado deplorable.
Volvamos al edificio Luis Cousiño (o Luis Guevara) y su accidentada historia. Este eximio edificio fue construido entre 1881 y 1883, durante la época de esplendor de Valparaíso y cuando verdaderamente fue la “Perla del Pacífico”. Se le tuvo que ganar terreno al mar para lograr emplazarlo en lo que fue una costanera de grandes y señoriales edificios que daban hacia el mar. Después de haber albergado diversas empresas y organismos durante un siglo entró en una fase de vejez decadente. En la década de 1990 hubo un plan para demolerlo y reemplazarlo por una torre. En 1994 fue declarado Monumento Nacional. Igualmente se incendió varias veces y quedó como un esqueleto varado en la playa: tal como una carcasa, sólo se mantenían en pie los muros exteriores. El colapsado y ruinoso interior se convirtió en una ratonera. Símbolo de la decadencia de Valparaíso y a la vez de su pasado glorioso, parecía condenado a morir. Hasta que en 2011 DUOC le dio nueva vida después de su compra y de un millonario trabajo de recuperación. Partió un nuevo ciclo en el que la institución además se ha preocupado que luzca un estado impecable, algo que sólo se puede decir de unos pocos edificios más en un Valparaíso arrasado. Por eso el robo de una letra de su frontis, su vandalización, nos confronta con la siguiente pregunta: ¿permitiremos que nuestras edificaciones patrimoniales vuelvan a la condición terminal de “ratonera”? Esta pregunta vale, por cierto, para toda la ciudad de Valparaíso.
Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso