El declive de nuestras ciudades
Hoy se ha dado a conocer la décima versión de la Encuesta de Calidad de Vida, desarrollada por Fundación P!ensa y Caja 18. En un esfuerzo inédito, el 2014 se tomó la decisión de aportar con una descentralización de datos de calidad para que nuestras autoridades locales pudieran tener herramientas fidedignas a la hora de tomar sus decisiones. El proyecto, que consideraba levantar 1650 casos presenciales cada año, también aspiraba a convertirse en un instrumento que promoviera el control ciudadano, sometiendo a nuestos gobiernos locales a la evaluación constante. Bastante de eso se ha cumplido, pero lamentablemente las noticas no han sido positivas para nuestra región.
Si el 2014 nuestra región de Valparaíso obtenía un índice de calidad de vida de 495 puntos, el año 2023 esa cifra baja hasta 373, disminuyendo 122 puntos que se explican por diversas razones. Por cierto que existen una serie de dimensiones estructurales que, desde el inicio, se han mostrado como insuficientes. Equipamiento urbano y transporte—las dos dimensiones peor evaluadas por la ciudadanía este 2023—han sido siempre los principales dolores en nuestro territorio. Se ha dicho, se ha demostrado con datos, se ha graficado la involución, pero aún sin encontrar soluciones concretas para nuestros vecinos, que ven con cierta frustración como sus ciudades decaen.
Pero lo cierto es que no todo es estructural. Hay situaciones contingentes que ameritan un análisis urgente y serio. Al respecto, es un hecho notorio la decadencia y estancamiento de la ciudad de Valparaíso, que año tras año mantiene su mala evaluación en todas dimensiones evaluadas, pero es algo más sorprendente la situación de Villa Alemana, Concón y Viña del Mar, las cuales en esta versión 2023 se han transformado en las peores comunas para vivir en la región. Lo que pasa allí no es del todo “estructural”. No se puede acusar un abandono del Estado ni buscar chivos expiatorios que diluyan la responsabilidad. Hablamos de ciudades que en el pasado cercano ofrecían cierta tranquilidad a sus habitantes, pero que hoy se han transformado en territorios difíciles que expulsan a sus vecinos. El caso de Concón es ciertamente emblemático. Recién el año pasado se coronaba como la comuna con mejor calidad de vida de las incluidas en nuestro estudio (las 10 más grandes de la región). En solo 12 meses retrocedió 7 lugares, bajando 150 puntos en el índice general. A diferencia de lo que podemos pensar, ese declive no se debe solo a los graves problemas de inseguridad que se han generado en la ciudad, sino que también se explica por la insatisfacción frente a una serie de otros servicios ofrecidos por las autoridades comunales, desde educación, limpieza de calles y salud primaria. Esto, como hemos dicho, se replica en la comuna de Viña del Mar y en Villa Alemana, quienes bajaron cerca de 100 y 200 puntos respectivamente.
Una de las cosas que motivan a los promotores de la Encuesta de Calidad de Vida P!ensa-18 es la necesidad de contar con series de tiempo que permitan identificar problemas en el mediano y largo plazo. Paradójicamente, lo que hoy llama la atención no es la serie (que ya es negativa) sino que el explosivo declive que se vive en algunos de sus lugares emblemáticos. Entre las muchas reflexiones que se pueden hacer sobre estos resultados que se presentan, podemos quizás sugerir que las administraciones importan. El éxito y el fracaso de los procesos comunales no vienen por defecto, sino que son producto de decisiones y medidas implementadas por líderes en momentos determinados. En un año electoral, debemos estar particularmente conscientes de que las autoridades locales impactan en nuestra calidad de vida y de que nuestras decisiones en las urnas no son inocuas.
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Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso