El declive porteño
El Hamburg se suma a la serie de íconos porteños que cesaron actividades durante la pandemia. Lamentablemente, el declive de Valparaíso es un fenómeno que va más allá del Covid-19, pues se debe también a la falta de una mirada a largo plazo que diversifique las actividades económicas y que promueva la inversión en la ciudad para fomentar su desarrollo económico.
El bajo crecimiento económico, el alto desempleo y la desigualdad son parte de un diagnóstico ya conocido y asociado a una cadena sostenida de malas administraciones comunales. Además de ello, la dependencia portuaria y la falta de planificación son claves para entender este proceso. Si bien, el puerto fue una ventaja comparativa en el pasado, hoy en día no lo es. La competencia con San Antonio y los problemas con el T2 han generado detrimentos al desarrollo económico de Valparaíso. Ello, junto con la poca planificación para fortalecer la economía de la ciudad, han hecho que la ciudad sea un museo patrimonial con un plan abandonado, poco denso y sin oferta comercial que no ha sido siquiera capaz de aprovechar la subvención de la Unesco por ser Patrimonio de la Humanidad.
Este tipo de declives no es nuevo en la historia urbana, siendo Detroit un ejemplo extremo de ello. La ciudad fue uno de los principales motores de la economía estadounidense durante su era industrial, potenciado por su foco en la producción y las bondades geográficas que facilitaban el intercambio entre diversos estados del país. Sin embargo, su dependencia a la industria automotriz impidió diversificar la economía, siendo el eje de la ciudad, incluso por sobre inversiones para mejorar la calidad de vida de sus habitantes; ello se volvió contraproducente cuando ciudades con mejores atributos lograron una mayor productividad. Junto a lo anterior, las protestas y olas de violencia terminaron de catalizar el éxodo masivo de la población y de diversos negocios, concentrado aún más la pobreza en Detroit.
Diferentes académicos han destacado que la dependencia industrial no es buena para el largo plazo. Por ejemplo, para Edward Glaeser las ventajas de localización y la actividad industrial son productivas, permitiendo empleos con bajo nivel educacional, pero también inhiben el crecimiento porque su actividad se aísla del emprendimiento y la innovación. Lo anterior es consistente con teorías de urbanistas y economistas, como Jane Jacobs y Paul Romer, que enaltecen el rol de la diversidad económica, la innovación y la educación como factores de éxito urbano. Este punto es relevante ya que, a pesar de la alta oferta educacional y según datos del INAPI, la ciudad puerto no acumula una alta producción de patentes, mostrando su baja capacidad de innovación.
Valparaíso no está muy lejos de Detroit. Si no se crean instrumentos para regenerar y potenciar el plan de la ciudad, sus espacios públicos y las distintas actividades que se dan en él, el declive seguirá avanzando. Para ello, el liderazgo debe ser desde la administración comunal y con un foco en el largo plazo, primando por sobre los servicios populares, que son menos sustentables sin una fuerte base económica. Lamentablemente, el próximo alcalde deberá enfrentar una tarea difícil, más aún porque la alcaldía actual no ha generado algún plan urbano ni de desarrollo económico, por lo que cualquier acción requerirá meses de diseño además de su ejecución. El reloj avanza y debemos invertir en la ciudad y su capital porque las ventajas competitivas existen, y así evitar un destino como el de Detroit.
Columna publicada en La Tercera