El día de las regiones

El día de las regiones

A partir del 2009, se conmemora cada 31 de marzo el “día de las regiones”, efeméride que tiene por finalidad concientizar sobre la importancia de la descentralización regional. Curiosamente, ese mismo año se aprobaron dos reformas constitucionales que profundizaron el proceso de descentralización en sus dimensiones política y administrativa. Por un lado, se consagró la elección directa de los consejeros regionales -autoridades que antes eran nombradas por los concejales comunales-. Por otro lado, se habilitó la creación de un procedimiento para que el Presidente transfiera competencias a las regiones vía decreto supremo, en materias de ordenamiento territorial, fomento productivo y desarrollo social y cultural.

A dos años de su inicio, el gobierno está inmerso en una situación incómoda, con un balance que deja mucho que desear. El déficit de gestión es notorio, y a ello se le suma una posición minoritaria en un Congreso que cada vez le será más hostil a medida que se acerca el calendario electoral. Ya es prácticamente un hecho que, en materia legislativa, el Presidente tendrá pocas cosas memorables que mostrar en comparación a sus antecesores; y, de paso, habrá muchas promesas incumplidas.

En este contexto, una agenda descentralizadora robusta es una vía interesante que le ofrece al Ejecutivo una válvula de escape, una posibilidad de proyectar algo así como un “legado regional”. Para ello, no necesita de una gestión pública descollante cuyos resultados a veces se reflejan en un mediano plazo, ni tampoco de la articulación de mayorías parlamentarias. Como se dijo al inicio, el mandatario tiene la posibilidad de transferir competencias a las regiones a través de decretos supremos, bypaseando al Congreso Nacional.

Ahora bien, la oportunidad del gobierno de tener un rol protagónico en este asunto se ve favorecida por una cuestión que, en nuestra región, debiera alarmarnos. Me refiero a la poca proactividad de los gobernadores regionales. Y es que las últimas reformas fueron pensadas justamente para que estos tomaran la iniciativa. De hecho, la ley 21.074 permite a los gobiernos regionales solicitar formalmente atribuciones al nivel central, forzando un mecanismo para ello. La lógica detrás de esta innovación era que las regiones pudieran “exigir” y no “rogar” por más competencias. Sin embargo, esta prerrogativa tiene un límite: debe utilizarse dentro de los dos primeros años de cada período presidencial. El plazo aludido terminó el 11 de marzo recién pasado, y contrario a lo pronosticado en la tramitación de las reformas aludidas, las regiones jamás utilizaron el mecanismo que la ley puso a su disposición; no pidieron formalmente ninguna competencia al nivel central. En cambio, estas apostaron al activismo a través de la Asociación de Gobernadores Regionales, utilizando una plataforma privada como caja de resonancia de las quejas contra el centralismo, replicando la inercia de siempre.

Un gobernador diligente habría complementado esta estrategia con una gestión inteligente, identificando las competencias que necesita su región y activando el mecanismo de transferencia las veces que fuera necesario. En año electoral, habría podido distinguirse del resto de sus colegas, jactándose de haber atraído más atribuciones para resolver sus problemas locales, robusteciendo de paso el “músculo” técnico regional con funcionarios del nivel central traspasados en comisión de servicio. Pero eso no ocurrió. La oportunidad se perdió y serán las próximas autoridades regionales las que deberán aprovechar la nueva ventana que se abre en marzo de 2026.

Así las cosas, todo avance en materia de descentralización vuelve a depender del impulso del gobierno central. Irónicamente, es esa misma inercia centralista la que le abre una posibilidad al Presidente Boric de dejar un legado regional que podría potenciarse si además logra aprobar el proyecto de ley “regiones más fuertes”. Por cierto, no se parecerá ni de lejos a esa constitución plurinacional que soñó firmar y, con ello, dejar su nombre inscrito en las páginas de oro de la historia chilena. Pero, en días como el de hoy, seguramente muchos lo valoraríamos como un avance genuino en favor de la descentralización, lo que no es poco.

 


Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso