El espíritu de alcalde
Ante la inmovilidad y paralización del Gobierno, los alcaldes salieron rápidamente a ofrecer interpretaciones y eventuales salidas a lo acontecido desde el 18 de octubre de 2019. Si desde La Moneda se hablaba de ese “enemigo implacable”, desde los municipios se hablaba más bien de un “nosotros” que sufría con la agudeza y violencia desatada. Por aquellas semanas, los ediles de comunas populosas alcanzaron amplia notoriedad y los de las zonas privilegiadas –algunas- se apresuraban a mostrar solidaridad. Como sea, las autoridades locales se esforzaban por entregar ciertas respuestas y por acompañar el proceso. Así, por primera vez, un alcalde llegaba a exponer en el plenario de la ENADE, algunos copaban las portadas de los medios y otros articulaban a sus respectivos gremios.
En este contexto, el nivel de administración local alcanzó una valoración especial por gran parte de quienes los ninguneaban. Se hacía especialmente interesante estar allí, cerca de los barrios y de los problemas, viviendo las frustraciones que tan invisible se habían vuelto para muchos. A tanto llegó este clima, que el ex candidato Jadue se atrevió a asegurar que el plebiscito no había tenido su origen en el acuerdo histórico de aquel 15 de noviembre -que permitió darle una salida institucional al conflicto-, sino más bien en la labor de los jefes comunales. En otras palabras, no había sido Boric, sino él.
Hasta acá, podríamos concordar en que los acaldes, sin duda, cumplen un rol esencial en términos de afección política. Se trata de las autoridades más cercanas a la ciudadanía, con capacidad resolutiva y con la oportunidad de crear comunidad. Son rostros conocidos -entre 90% y 100% de sus vecinos saben quiénes son- y queridos. En la visión de algunos, no están para lentos procesos ni para perder el tiempo en discusiones bizantinas, sino más bien para ponerse los guantes y empezar a trabajar. Quizás, por lo mismo, se sienten valorados. Donde haya un problema ellos estarán, ya sea con una farmacia popular o con un moderno refugio para damnificados.
En esa línea, Lavín no pudo escoger un lema más simbólico para su campaña: “El presidente con espíritu de alcalde”. En otras palabras, se mostraba como el mandamás que siempre estará allí, acompañando y resolviendo. El problema, sin embargo, es que difícilmente un mandatario pueda hacer eso. Un presidente no es un alcalde, no podrá estar en todo momento con sus vecinos y se topará irremediablemente con problemas sin solución conocida.
Este fenómeno no es para nada nuevo. Muchos son los casos de autoridades locales que pretenden transformar el país en un gran municipio (probablemente uno de los casos más emblemáticos fue el del ecuatoriano Jamil Mahuad). ¿El resultado? Expectativas incumplidas y crisis profundizadas.
Como sabemos, los grandes favoritos de hace un par de meses no han logrado imponerse en las recientes primarias presidenciales. Aunque lo interesante es que ambos vengan de la administración local. Como hemos visto, durante sus campañas buscaron explícitamente destacar este rol. Un alcalde que se multiplicaba para siempre estar ahí (y al cual su sillón presidencial ya extrañaba) y otro que ocupaba la casuística para mostrar los beneficios de sus iniciativas locales. Pero lo cierto es que eso no basta. Se puede crear un proyecto desde el territorio (bien lo sabe uno que celebró el pasado domingo), pero no a punta de simplismos ni de exceso de confianza en la capacidad resolutiva, sino más bien con diálogo y grandes ideas. Después de todo, las siempre necesarias “soluciones concretas” nunca deben prescindir de la política.
Columna publicada en Cooperativa