El profesor y el convencional

El profesor y el convencional

Se propone disminuir el número actual de regiones, aumentando su extensión, población y, en consecuencia, su poder político. La nueva división interior debiera combinar criterios geográficos, culturales, económicos y demográficos”. Esa era una de las medidas concretas que sugería el profesor Jaime Bassa en el texto “Propuestas Constitucionales”, publicado por el CEP en 2016.

La propuesta es interesante en varias dimensiones. Primero, en cuanto identifica un problema subyacente. Mientras Santiago sigue creciendo con una fuerza centrípeta sorprendente, el resto de los territorios disminuye constantemente su peso específico. De allí la necesidad de aumentar el poder político de las regiones. ¿Y cómo lograrlo? Pues Bassa lo tenía claro: uniendo y no desagregando. Pero, además, lo del profesor es admirable en cuanto se entrega a la evidencia, señalando con certeza que debieran considerarse una serie de criterios a la hora de determinar, ex post, la división óptima del territorio.

Pero bien sabemos que existen otras dimensiones a considerar en el análisis de la propuesta de Bassa. Quizás la arista más interesante se relaciona con los costos políticos asociados a iniciativas que, aunque técnicamente sean las adecuadas, pocos se atreven a empujar.

¿Se puede cambiar de opinión en el transcurso del tiempo? Por supuesto que sí, y muestra de ello es que otra de las propuestas del profesor haya sido la de un Bicameralismo, resaltando específicamente la importancia del Senado y su representación territorial. Sin embargo, eso no implica que no podamos reflexionar sobre los motivos que provocan cambios en los ánimos.

Entonces, ¿qué ha pasado que ni el Bicameralismo ni la creación de macrorregiones sean ya promovidas con fuerza por el (ahora) convencional? Desde luego un estallido social, pero también la profundización de lógicas que hacen daño a cualquier deliberación democrática. No sería muy aventurado sostener que tenemos a una convención rodeada en varios ámbitos. Y cuando la base del accionar es la irreflexiva satisfacción de expectativas, el trabajo político comienza a carecer de todo sentido. En el asunto de la división territorial se plasma de manera evidente este fenómeno. Pese a la concordancia de apuntar a la creación de macrorregiones que aporten armonía y hagan peso político a la capital, nos encontramos enfrascados en la discusión opuesta, es decir, en cómo desagregar aún más el territorio para satisfacer las exigencias particulares de tal o cual zona.

Como sea, el trabajo político exige cierta valentía. Ya sabemos que muchas decisiones correctas traen consigo costos políticos importantes. El desafío es encontrar a esos representantes que, por estos días, estén dispuestos a correrlos.

Columna publicada por La Segunda