El puerto y su historia sin fin

Pese a las buenas noticias que hemos recibido en las últimas semanas—como el superávit fiscal alcanzado en el último periodo—, bien sabemos que la situación económica en nuestra región de Valparaíso presenta innumerables desafíos. A nivel macro hemos estado continuamente desafiados, pero a nivel micro estamos siendo testigos de situaciones más bien inéditas que requieren de acción inmediata.
Como hemos dado a conocer hace algunos días desde P!ensa (con la Encuesta de Calidad de Vida 2022), este último año los habitantes de nuestra región declararon estar menos conformes respecto a todas las dimensiones preguntadas—esto es, libertad para decidir cosas importantes de su vida, salud física, salud mental e incluso con su vida en general—. De todos esos aspectos evaluados, el que sufrió el mayor retroceso dice relación con la situación económica de cada participante. En resumen, solo un 35% de nuestra región se declara satisfecho en términos financieros.
En ese contexto regional, la situación de la comuna de Valparaíso es particularmente complicada.
Solo la mitad de sus habitantes cree tener un sueldo acorde al mercado y cada vez son menos los que piensan que su trabajo le ofrece seguridad económica.
El hundimiento económico de la ciudad es ciertamente un problema complejo y multidimensional, pero eso no es excusa para sentarnos a mirar cómo nos seguimos hundiendo. Algunas de sus causas son bien conocidas y abarcables. En un reciente catastro empujado por P!ensa en conjunto con la Universidad Viña del Mar, se ha concluido que la vacancia comercial en el plan de nuestra ciudad alcanza un 13%, bastante más alto de lo que los expertos sugieren como normal. Se trata de 280 locales cerrados y de más de 1000 puestos de trabajo vandalizados. No por nada los locatarios piden incansablemente seguridad. Y lo cierto es que no puede ser de otra forma, pues 9 de cada 10 de ellos declara haber sido testigos de un delito, mientras que casi la mitad reporta incluso haber sido víctima.
Bien sabemos que la situación es dantesca. Negocios enrejados –en su minuto saqueados en pleno estallido social—que viven hoy “con el corazón en la mano”, como bien señala una locataria. Y es que no solo les ha tocado lidiar con los actos de vandalismo e inseguridad, sino que también con el crecimiento del comercio ambulante y con una inflación inédita que los afecta en el día a día.
Ese es el contexto. En esa ciudad—carente de espacios públicos y con equipamiento urbano deteriorado—viven los ciudadanos que declaran ser menos felices que el año pasado. Allí se desenvuelven los trabajadores que declaran no tener capacidad de ahorro ni seguridad económica.
Por esas calles transitan quienes declaran estar menos satisfechos con su salud mental.
Uno de los problemas al hablar sobre economía es el encuadre. Usualmente planteamos las cifras en términos abstractos, carente de toda humanidad. Pero lo cierto es que el necesario plan de reactivación económica no debe pensarse solo en función de números macro y del equipamiento perdido—que vaya que importan—, sino que también a nivel familiar, poniendo rostro a la crisis que permanentemente se vive en el puerto. Quizás sólo así le pondremos término a esta historia sin fin.
Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso