¿En contra de qué?
Siempre es difícil escribir una opinión en una jornada electoral pues faltan muchos elementos de jucio que se van aclarando con el paso de las horas, días y meses.
El pueblo de Chile ha decidido, por una relevante mayoría electoral, rechazar la propuesta del Consejo Constitucional y mantener vigente la Constitución de 1980.
La opción “En contra” tuvo promotores muy diversos, desde Daniel Jadue hasta Teresa Marinovic y, naturalemente, quienes concurrieron por esa opción lo hicieron asistidos por diversas razones y motivaciones. Me atrevó a intuir que la que permitió inclinar la balanza fue la protesta contra una política que ha perdido cuatro años en una discusión constitucional que parece lejana de las urgencias sociales. Si alguna vez los chilenos vieron en el cambio constitucional una opción para salir de la crisis hoy, defraudados, descreen de la aptitud de la Constitución para solucionar sus problemas, están fatigados de este debate y son críticos del camino que abrió el 18 de octubre y el “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución”. Cuatro años después “estamos donde mismo”.
El resultado tiene efectos en el proceso político de corto plazo. Parece evidente que fortalece al gobierno –jugado por el En Contra- y debilita a la oposición –jugada, en su mayoría, por el A Favor-. Esto le permitirá al Ejecutivo enfrentar con una mejor posición negociadora la discusión de las reformas tributaria y de pensiones y obtener un cierto impulso para las elecciones locales del año 2024.
El gobierno no tiene mucho más que celebrar.
En primer lugar, porque el triunfo de la generación que, en parte, se construyó en torno a la bandera de cambiar la “Constitución de Pinochet” y ser la “tumba del neoliberalismo” es el de legitimar, por segunda vez de un modo muy claro, la “Constitución de Pinochet” y aquellas reglas institucionales que, a juicio de ellos, consagrarían de manera pétrea el denominado “neoliberalismo”. Hoy, cuatro años después del 18 de octubre, nuestra Constitución termina más legitimada. Curioso triunfo. El verdadero triunfo del gobierno –y de esa izquierda que lo sustenta- era la aprobación de la propuesta de la Convención Constitucional pasada.
Por otro lado, el triunfo del “A favor” sí le daba una opción interesante al gobierno: firmar el cierre de la “discordia constitucional” y, con la implementación de la nueva carta fundamental, tener algún tipo de agenda legislativa viable. La alternativa (seguir el camino que ha tenido hasta hoy) no es muy auspiciosa: imposibilidad de materializar acuerdos y cumplir sus promesas de “cambios estructurales” mostrándose ampliamente incapaces en la gestión de asuntos públicos, con una extendida “sequía legislativa”. Una generación muy buena para marchar y destruir pero muy mala para acordar y construir. Tampoco se ve una victoria por este lado.
En el caso de los promotores del “A favor” si bien estamos frente a una clara derrota, lo cierto es que no parece dramática. La inmensa mayoría de ese mundo nunca quiso un cambio constitucional y siempre estuvo en este proceso a contrapelo. Ahora bien, el resultado pone en entredicho la virtud del acuerdo posterior al triunfo del rechazo, que si bien se entendía como un cumplimento de la palabra empeñada en campaña (rechazar por una nueva y buena) terminó demostrándose como apresurado, innecesario y contramayoritario.
Ahora a escuchar la voz de pueblo: cerrar la discusión constitucional y abocarse a los problemas profundos de Chile, que lamentablemente son muchos.
Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso