Geografía del descontento y escenarios posibles
“Varias organizaciones han desarrollado contribuciones verdaderamente admirables en la comprensión de nuestros desafíos sociales, particularmente a la hora de interpretar los elementos subyacentes a las masivas movilizaciones del 2019.
Una de ellas es el “Tenemos Que Hablar de Chile” (TQHDC), iniciativa que, con éxito, ha logrado reunir a actores de los más diversos ámbitos. Los desafíos del país siguen vigentes y, por cierto, el proyecto busca seguir siendo un aporte. Si en un inicio los esfuerzos se destinaron a reflexionar en torno a los anhelos ciudadanos, hoy la invitación está más asociada a un verdadero ejercicio de desprendimiento. ¿Y cómo lograrlo? Pues se comenzó a trabajar desde hace varios meses en escenarios plausibles y desafiantes, con el fin de situar a los participantes en un futuro cercano y articular las conversaciones desde allí. Estando conscientes de nuestros sueños, era la hora de “poner la pelota al piso”.
El solo análisis de los “escenarios posibles” descritos por TQHDC (disponibles en su web) ya contribuye bastante. Se trató de un ejercicio riguroso basado en la información recolectada desde el 2020 y que incluyó, además, a dirigentes sociales, académicos, empresarios y otros actores relevantes. El resultado fueron 4 realidades pensadas al 2030, que incluyen un escenario de “cambio”—en donde existiría un Chile más cohesionado y resiliente, basado en un proceso continuo y de largo aliento—, un escenario de “promesas”—en donde surge el caudillismo y la demagogia—, un escenario de “orden”—en donde se gesta una propensión a la seguridad, con una población que cede en sus libertades civiles—y un escenario de “rediseño”—en donde, producto de esfuerzos descentralizadores, se genera fragmentación y división territorial—.
Pese a que cada escenario contribuye de manera significativa a una conversación responsable, me parece interesante destacar el que se ha identificado como “rediseño”, quizás porque representa el (eventual) futuro menos abarcado en el debate público. Tal como está expuesto, se trata de un asunto no menor. Regiones y territorios en competencia, enfrentados al poder central pero también encontrados entre sí, donde no existe colaboración ni articulación. Pero ¿es probable que suceda algo así?
Durante muchos años se ha criticado con fuerza el exacerbado centralismo de nuestro país. Para ello, la opción natural es dotar de mayores libertades y autonomía a los territorios. El problema, sin embargo, es que Chile no solo sufre de centralismo, sino que también de una asfixiante concentración territorial (algo parecido, pero distinto). Dicho de otra forma, no es solo el poder político y administrativo el concentrado en la capital, sino que también el capital social, económico y cultural. Allí surgen problemas adicionales. En un contexto de tal inequidad territorial, la autonomía sin coordinación se traduce en algo bien parecido a dejar a las regiones a su propia suerte. Y cuando eso pasa, el riesgo es más que evidente. Si mandamos a las regiones a competir, lo cierto es que siempre ganarán las zonas que concentran mayores capacidades, profundizando las brechas entre los territorios triunfadores y los perdedores.
Esta mirada, por cierto, puede ser determinante de nuestro futuro político. Desde hace ya algunos años—sobre todo a propósito del triunfo de Trump, del Brexit y del surgimiento de narrativas populistas y nacionalistas en Europa—se ha buscado explicar el fenómeno del malestar no solo en términos personales, sino que también de acuerdo con los contextos territoriales. Bajo el marco conceptual de la “geografía del descontento”, se plantea que, pese a que habría atributos individuales que explicarían una mayor o menor propensión a escoger alternativas populistas o nacionalistas, también existiría evidencia respecto a la existencia de “lugares que no importan” y de zonas que han sido “dejadas atrás”. Son estas las que, de acuerdo a distintos autores, se habrían transformado en bastiones de ciertos proyectos populistas.
En los términos del TQHDC, la fragmentación territorial propia del escenario de “rediseño” podría ser un camino más hacia el escenario de «promesas», en el cual la demagogia, la negación de la política y el simplismo se vuelven narrativas particularmente interesantes para aquellos que habitan territorios abandonados por el sistema. Algo de esto hemos ya lo hemos visto en los últimos procesos electorales, con proyectos anti-establishment sorpresivamente exitosos en regiones y lugares que acusan abandono (La Araucanía y Atacama son solo dos ejemplos).
Las reflexiones que se abren en función de estos escenarios probables son tan variadas como interesantes. En ese marco, pensar nuestros fenómenos en función de los contextos regionales se vuelve algo esencial. Un proceso de descentralización (como el que estamos viviendo) no solo se puede traducir en mayor autonomía, sino que también en la promoción de políticas coordinadas y articuladas que consideren el espacio. Es posible trabajar en medidas basadas en las personas, pero que al mismo tiempo estén basadas en lugares. Existe una falsa dicotomía que es necesario desafiar.”
Columna publicada en The Clinic