¿Hay esperanza?

¿Hay esperanza?

El reporte preliminar de la Organización Meteorológica Mundial presenta resultados desoladores. El año 2023 fue el más caluroso de los 174 que se tiene registro. En octubre, la temperatura de la superficie terrestre estuvo 1.4 °C sobre el promedio de 1850-1900. El nivel del mar alcanzó máximos históricos mientras que el hielo antártico llegó a mínimos históricos. Por otra parte, el índice V-dem muestra retrocesos de la democracia a niveles de 1986 y aproximadamente 5.7 billones de personas viven en regímenes autocráticos que no aseguran las libertades básicas. Asimismo, personas han sufrido repercusiones -cárcel o la muerte- por expresarse en internet en 55 de los 70 países que cubre la encuesta Freedom on the Net de la ONG Freedom House, mientras que por treceavo año consecutivo hubo una disminución de libertad en internet.

La situación gris del mundo nos permite hablar de la esperanza, esta virtud que siempre se dice que es la última que se pierde. Por cierto, parece ser que ahora más que nunca la necesitamos para aferrarnos a algo, aunque sea la vaga idea de que el mundo puede mejorar. Pero esta virtud también puede ser nuestra maldición. En el famoso diálogo de los Melios en la Historia de la Guerra del Peloponeso, los atenienses dicen “la esperanza, consoladora en el peligro”, como si fuera un oráculo para los débiles que dependen de un golpe de suerte para seguir sobreviviendo. De esta forma, no sería más que una mera ilusión que nos saca del mundo real y nos transforma en agentes pasivos esperando el milagro.

Es en esta ambivalencia que se esconde el peligro del término, y es que las cosas no mejorarán por arte de magia. El cambio climático no se detendrá, la democracia seguirá retrocediendo y los peligros a las libertades básicas seguirán creciendo independiente de si tenemos la creencia de que esto pueda cambiar para mejor o no. El peligro está en quedarse en el wishful thinking (pensamiento ilusorio) dejando de lado la acción. Por cierto, esta idea también aplica para quienes abrazan la desesperanza total, dado que esto lleva a la resignación de que nada puede cambiar.

Quizás la virtud se esconda entre la resignación y la ilusión, evitando esperar que el futuro sea mejor o esperando en la habitación el fin del mundo. Hannah Arendt a la idea de que “Hitler asesinó y el mundo guardo silencio” responde que “el mundo no guardó silencio, pero fuera de no guardar silencio, el mundo hizo nada”. Justamente es en la acción y no en el pensamiento en donde podemos encontrar alguna posibilidad de cambio. Sea para mejor o para peor, en estos tiempos oscuros, si nos quedamos solo en la ilusión, los deseos de un buen año no parecerán más que palabras vacías.


Columna publicada en La Segunda