La cultura de la incivilidad

La cultura de la incivilidad
Crédito: Agencia UNO

Es ciertamente desafiante comentar la sensación de inseguridad en la región de Valparaíso. En parte porque para algunos pareciera ser un tema que polariza, escandaliza y confunde (no es mi caso, advierto), pero también porque se vuelve difícil desprenderse de la emocionalidad, la frustración y la bronca que provoca. Por lo mismo, en esta reflexión trataré de obviar que hace pocos días nos robaron el auto familiar en la puerta de nuestra casa, para intentar dar una vuelta un poco más larga sobre el drama de la incivilidad y sus consecuencias.

Marisa Rojas, presidenta de la Cámara de Comercio y Turismo de Valparaíso, tiene razón al afirmar que el problema con el comercio ambulante no solo implica competencia desleal contra quienes ejercen la actividad apegados a las normas, sino que también se encuentra asociado a una serie de “incivilidades que generan ingobernabilidad”. Eso fue precisamente lo que vimos hace solo una semana con la trágica muerte de un artesano de 53 años en plena Plaza Sotomayor. Una absurda riña que bien grafica la violencia, el sinsentido y el despropósito que puede esconder la informalidad. Como si estar al margen de la ley, además, te facultara para vivir al margen de la sociedad.

Producto de distintas acciones que han tomado las autoridades locales, hoy nos encontramos con una situación bastante peor a la que teníamos hace 10 años en relación con el comercio ambulante. El caso de Valparaíso es emblemático y ya ha sido denunciado por los más diversos representantes de locatarios formales, quienes derechamente acusan y repudian recientes medidas que promueven y protegen esta actividad ilegal. Y en ese camino, el drama es gigantesco, porque deja de manifiesto la completa ineptitud que hemos tenido frente al tema.

Desde hace muchos años se han tomado decisiones que sugieren una brutal incapacidad para distinguir luchas, pero créanme que es posible ir en franco apoyo de familias vulnerables que optan por la incorrección y, al mismo tiempo, proteger nuestra institucionalidad, nuestras ciudades, nuestra seguridad y nuestra comunidad. ¿Acaso no se trata de eso el arte de gobernar? Pero como no somos capaces de caminar y mascar chicle al mismo tiempo, el drama sigue extendiéndose incluso a otros asuntos y con diversos frentes. Desde ambulantes que “exigen” y consiguen libertad de acción por parte de sus autoridades locales, hasta artistas que se adjudican fondos del Estado promoviendo la destrucción del entorno urbano. Este último ejemplo bien grafica lo perdido que estamos: un creador multimedial que, luego de destruir la ciudad, expone su obra en uno de los escenarios más importantes de ese mismo territorio que vandalizó. No se trata de una comedia absurda que pueda encontrar en Netflix, sino que de la triste historia de un país que no solo romantizó la destrucción, sino que derechamente la institucionalizó.

Y el resultado está a la vista: solo el 4% de los habitantes de la ciudad puerto están conformes con las medidas adoptadas frente al comercio ilegal (bajando significativamente respecto al año pasado). El mismo 4% está conforme con las medidas para evitar rayados (bajando significativamente respecto al año pasado). Y finalmente, solo el 6% se siente seguro en la ciudad en que vive (bajando significativamente respecto al año pasado).

En definitiva, cuando se habla de sensación de inseguridad no podemos solo mirar las noticias que aparezcan en tal o cual medio, ni el clima en redes sociales, ni la aprobación a esta u otra autoridad. Se trata también de nuestra relación con el entorno, de nuestra valoración por el espacio en donde ejercemos nuestra ciudadanía. Eso es lo que hemos jodido… y vaya que nos costará arreglarlo.


Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso