Medición de fuerzas

Medición de fuerzas

Durante el último tiempo hemos visto a algunos líderes de opinión -hoy candidatos- realizando afirmaciones simplonas con los resultados del plebiscito en la mano. El 22% de Chile, según éstos, correspondería a personas afines al oficialismo, mientras que el 78% restante serían opositores. Dicha proporción es utilizada también para anticipar el resultado de las próximas elecciones y el contenido mismo de la nueva Constitución.

El problema de estas apreciaciones es el mismo que tiene un participante de tiro deportivo que asiste a concursar con una escopeta de feria: utilizan un instrumento que no es idóneo para la actividad que desempeñan.

La conducción política es un oficio condicionado por la percepción que se tiene de la magnitud de las fuerzas ideológicas. No es novedad, entonces, que algunos discursos muestren una peligrosa tendencia hacia la radicalización, fenómeno que converge con la polarización en redes sociales y una falsa apariencia de atrincheramiento ciudadano -como si en las calles de Chile las personas estuvieran buscando con quien agarrarse a palos-. Sin embargo, la realidad no se deja someter automáticamente por algoritmos de aplicaciones móviles, lo que explica por qué grupos que idealizan la violencia cuentan con una cifra de votos inversamente proporcional al número de “me gusta” de sus publicaciones.

En este contexto, es relevante detenernos en el significado político que tendrá la elección de convencionales constituyentes del próximo 11 de abril. Al fin contaremos con un instrumento que permitirá dilucidar con mayor claridad el escenario ideológico luego de las dos crisis -social y sanitaria- que han golpeado fuertemente al país.

Probablemente veremos que el famoso 78% que sacan a relucir algunos es bastante engañoso. Por de pronto, diversos estudios pronostican que al menos un quinto de esa proporción se traducirá en votos para la derecha. Aunque, sin duda, es en la izquierda donde la cuestión se vuelve aún más pantanosa. Basta con analizar el discurso de las listas en disputa para percatarnos de la ensalada de posiciones que existe en dicho sector. “Apruebo dignidad” acusa a “La lista del apruebo” de neoliberales, a la vez que “La lista del pueblo” acusa a “Apruebo dignidad” de pactar con asesinos. Dignidad, apruebo y pueblo; tres conceptos que se relacionan al estallido social, pero que son empleados por partidos políticos con agendas radicalmente opuestas y cuya convivencia en una misma coalición es insostenible. Una simple constatación de que no existe actualmente una sola oposición, sino variadas oposiciones.

En definitiva, del resultado de las elecciones de abril dependerá no solamente la distribución de cargos, sino también el ambiente político para los desafíos que siguen. El éxito de los grupos alojados al centro del espectro político podría reconducir a la moderación de los discursos y la elaboración de propuestas menos refundacionales, en favor de la progresividad inherente al realismo político.

Sin perjuicio de lo anterior, para que el acontecimiento de abril tenga real incidencia en el sentido ya referido es preciso que la legitimidad del proceso electoral no admita ningún reparo. Y si bien existe apoyo transversal a los últimos cambios de la logística electoral -como es el caso de la votación en dos días-, aún queda un desafío pendiente referido a la participación ciudadana.

La situación sanitaria es crítica, e incluso es más grave que la existente al momento en que el plebiscito de abril fue postergado para octubre. Es urgente, entonces, discutir seriamente sobre la pertinencia de suspender las elecciones. Una idea plausible sería reagendar los comicios para el 9 de mayo, día en que está prevista la eventual segunda vuelta de gobernadores regionales, y correr esta última elección para inicios de junio. A esa fecha el número de inoculados será notablemente superior al actual y quizás la pandemia esté más controlada.

Si en los próximos días se toman las decisiones correctas tendremos un proceso ejemplar con un nivel de participación superior al 40% del padrón electoral. Con esos resultados veremos la verdadera representación de fuerzas políticas y podremos hacer predicciones ajustadas a la diversidad ideológica del país. Probablemente más de alguno se llevará una sorpresa.

Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso