Participación poco representativa
Un concepto de moda en el último tiempo ha sido el de la participación ciudadana. Éste se ha visto en la discusión constituyente, en los cambios de planes reguladores e, incluso, cuando el exsubsecretario Ahumada quiso preguntar sobre el curso de la política exterior. Si bien esta herramienta ayuda a fortalecer la percepción de la democracia, cuando se realiza sin las debidas definiciones y bases metodológicas también puede llevar a conclusiones erróneas y a un falso diagnóstico de la percepción local, lo que decanta en un gasto poco eficiente de recursos públicos.
En general, las consultas ciudadanas deben tener un objetivo claro; por ejemplo, conocer las percepciones de la población o involucrarla en la búsqueda de soluciones de un problema público. Sin ello, la participación corre el riesgo de que no sea efectiva, ya sea por poca rigurosidad en el diseño muestral o porque no existe un mecanismo de control.
Ejemplos concretos de lo anterior son los procesos de consulta que está realizando la alcaldía viñamarina, tanto en el terminal de buses para medir percepciones de seguridad como también para recoger opiniones sobre el nuevo parque urbano en el estero Marga Marga. En ambos casos el fin de la participación no está muy claro, pues no sabemos si se trata de obtener un diagnóstico o de la búsqueda de soluciones en conjunto con sus habitantes.
Por un lado, el uso de tótems o stands no permite un adecuado diseño muestral ya que probablemente los respondientes no sean indiferentes al tema a tratar. En dicho caso, la autoselección operaría como una fuente de sesgo y discriminación relevante -un clásico ejemplo son los aviones de la segunda guerra mundial, los que se reforzaban en función de los impactos observados cuando volvían a la base; sin embargo, eran los que caían en combate los que contenían la información más valiosa-. En el caso viñamarino, es más probable que quienes contesten en el terminal de buses sean personas políticamente interesadas, lo que conlleva a resultados exacerbados frente al resto de la población. Por otro lado, si se buscan soluciones participativas, el mecanismo debiera contar con acciones informativas, para que las respuestas cuenten al menos con un estándar mínimo de calidad e información.
Según hemos estudiado en Fundación Piensa, los casos exitosos de participación son aquellos en donde se crea un ecosistema con objetivos claros que permiten obtener una muestra representativa, con medidas de seguimiento. Para ello, algunos elementos claves son la guía de moderadores neutrales, la selección aleatoria de participantes y la entrega de información neutral previo a la deliberación.
Lo anterior ayuda a generar soluciones y consensos que son más probables de ser aceptados cuando se implementan las políticas públicas. Por supuesto, esto dista de un simple tótem en un terminal de buses o de que personas responsan una encuesta en un puente o vía online, pues nada nos asegura que ese grupo sea un subconjunto efectivo de la comuna.
Así como en Viña del Mar, este problema también se ve en otros procesos, incluidas las modificaciones de planes reguladores que, según la disposición de la Ley General de Urbanismo y Construcción, requieren de consultas ciudadanas. Pese a ello, la ley no establece parámetros para determinar cuándo estamos ante un buen proceso, lo que decanta en que muchas instancias estén sesgadas por las opiniones de pocas personas políticamente interesadas que no representan plenamente a la comunidad, pero que sí impactan en la imagen objetivo que regirá por décadas.
A pesar de los potenciales beneficios de la participación, un mal diseño simplemente puede llevar a la sobrerrepresentación de algunos grupos. En consecuencia, no sólo el costo de preguntar es alto, sino que también podrían realizarse inversiones de infraestructura poco eficientes que no representen realmente a la comunidad. Más allá de intenciones bienaventuradas, la moda de preguntar sin marcos lógicos claros ni diseños bien instrumentalizados no conlleva a nada más que a generar una sensación de involucramiento, pero que terminan siendo poco eficientes de cara a mejorar la calidad de vida de las personas.