Ruinas porteñas (y viñamarinas)

Ruinas porteñas (y viñamarinas)

Los sucesos recientes de calle Cochrane son otro golpe devastador en el triste derrotero de la ex Perla del Pacífico. Muestran y grafican en el sentido más literal el estado en el que se encuentra el Puerto: una joya convertida en ruinas. Valparaíso es actualmente una ciudad donde la realidad supera la ficción, donde la decadencia y la destrucción no tocan fondo, y donde el mañana puede superar la miseria del presente.

Olvidada por el estado, vandalizada por elementos de escasa conciencia cívica y social, y menospreciada por la autoridad municipal actual y pasada, Valparaíso tiene lo que (no) se merece. Todo esto sería parte entretenida de uno de los tantos relatos -ficticios o reales- que han inmortalizado al Puerto, si no fuera por los miles de vecinos que viven y sufren esta dura realidad día a día. Y por la irreversible e implacable marcha al ocaso -sin dignidad- de la riqueza histórica y arquitectónica que hicieron a Valparaíso merecedor del título de Patrimonio Cultural de la Humanidad. Ese patrimonio de Chile y de la Humanidad se ha caído a pedazos desde el Bar Inglés.

La fortuna -como diría Maquiavelo- quiso que esta vez nadie perdiera su vida bajo el muro que se desplomó. Otro día la suerte podría ser distinta, como tantas veces ha ocurrido antes. Y se entiende que la solución para esta problemática no es un decreto de demolición municipal como se ha señalado las últimas semanas.

Visto desde una perspectiva más general, el asunto es preocupante, puesto que al mismo tiempo que se consuma esta degradación día tras día, se discute con grandilocuencia el papel que debiese tener la cultura en la nueva constitución y se hace hincapié en aspectos intangibles de las expresiones culturales. Esto no quiere decir que no se deban incorporar manifestaciones inmateriales de la cultura, pero sí que la incorporación de esta perspectiva no sea -por omisión, olvido o con intencionalidad- a costa del patrimonio material: aquel que se cae a pedazos, se incendia o se raya en el plan y los cerros del Puerto.

El punto es relevante puesto que -si bien no registra el mismo grado de decadencia- la vecina Viña del Mar exhibe problemas análogos con el escaso patrimonio histórico que le queda. Prueba de ello es la situación también ruinosa de la Casa Italia. Sus propietarios anunciaron recientemente la recuperación de la casona. Después de los penosos forcejeos de los años anteriores, del abandono y del incendio, queda en el aire la pregunta acerca de la seriedad o volatilidad del anuncio. Las dudas son abonadas por la misma experiencia de Valparaíso. Ejemplo palmario de lo anterior son los reiterativos -y a esta altura empalagosos- anuncios de recuperación del Barrio Puerto.

Desde hace 10 años se anuncia con cierta recurrencia y con cierta pompa que al fin se pondrán en marcha los proyectos que recuperarán el barrio fundacional del Puerto. No obstante la puesta en valor y reapertura con bombos y platillos del Mercado Municipal, su aporte a la revitalización del área aledaña ha sido casi nulo. Ilustrativo es, por añadidura, el caso del Palacio Subercaseaux: los numerosos anuncios de proyectos de recuperación han sido seguidos por igual número de desistimientos. La triste realidad es que el sitio sigue eriazo y desolado. Y así suma y sigue.

Si bien en diciembre de 2020 se firmó un acuerdo entre el estado y el municipio de Valparaíso para la gestión (antes inexistente) del Sitio Patrimonial, habrá que ver si esta colaboración se concreta y si logra algo. La nueva ley de patrimonio atascada desde 2019 en el Congreso también podría ser un aporte. Con todo, el escepticismo abunda, puesto que la revitalización de la ciudad depende también, no cabe duda, de otros factores como la recuperación de su estructura económica y de la inversión. Los últimos años ha ocurrido lo contrario. Y como la repetición vacía del mantra deviene a esta altura en el fin de la credulidad (o ingenuidad), en Valparaíso sólo vale la consigna: ver para creer.

Columna publicada en Qué Pasa