Somos el mejor país de Chile

Somos el mejor país de Chile

La Cuenta Pública 2024 nos dejó a varios chilenos y chilenas una serie de confusiones y contradicciones difíciles de explicar. Escuchamos a un presidente que se mostró optimista en varios frentes y, como era de esperar, mirando el vaso medio lleno. Un gobierno que reconoce los mayores dolores de la población y, por ello, decidió comenzar su discurso con dos de los ejes que las encuestas revelan como prioridades: seguridad y crecimiento económico. De todas maneras, hubo una serie de frases desafortunadas y afirmaciones económicas -de las que se darán un par de ejemplos más adelante- poco precisas que dan a entender que aun cuando el mandatario y sus equipos reconocen lo que más apremia a quienes vivimos en Chile, existe desconexión con las realidades de las familias y la gran mayoría de la población.

Una frase que no puedo dejar de mencionar es que se haya afirmado que “hoy tenemos un Chile en paz”. Si bien esta enunciación se hacía en un contexto en que no se está cuestionando la democracia, vivir con una sensación creciente de inseguridad dista diametralmente de lo que se podría entender como un país en paz. Y es que citando al difunto presidente Piñera, creo que desde la vuelta de la democracia, lo que vivimos actualmente podría ser una de las situaciones más adecuadas para afirmar que “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. Esta vez el enemigo son organizaciones terroristas y bandas organizadas de delincuentes dispuestas a realizar acciones que no eran usuales en Chile; descuartizar, secuestrar y asesinar a las fuerzas de seguridad son solo algunos ejemplos. No tener manifestaciones masivas semanales no significa estar en paz. La guerra que luchamos hoy la población que quiere una vida lejos de la violencia no solo cuesta vidas, sino también salud mental y puntos de crecimiento económico.

Otra frase desafortunada del discurso del presidente fue afirmar que “hoy hay tacos que uno pensaba que sólo eran propios de Santiago”. Una señal adicional de la desconexión del presidente con la realidad de las regiones. Para quienes no nacimos en Santiago, la elección de un presidente nacido fuera de la capital nos daba una cierta luz de esperanza que trascendía diferencias políticas. Se auguraba una mayor preocupación por los problemas que apremian a la gente de fuera de Santiago. A pesar de que hubo anuncios de mejoras en el transporte público para ciudades como Valparaíso, Concepción y Rancagua -perpetuando el centralismo interregional-, las noticias relacionadas con autopistas interurbanas y la extensión del metro se concentran en su totalidad -nuevamente- en la Región Metropolitana.

Pasemos a temas económicos, uno de los flancos que se pensaba sería el más débil en abordar. Gabriel Boric declaró el sábado que la economía chilena se está acelerando, y sí, efectivamente lo está haciendo. Es que sería difícil pensar que el crecimiento no se agilizara tras ser nulo en 2023. Dada la baja base de comparación del año pasado, anotar un crecimiento en 2024 es casi un fenómeno estadístico.

No se puede negar que las proyecciones de crecimiento se han ido revisando al alza, y que esto es sin duda una buena noticia para nuestro país. Sin embargo, el crecimiento económico de este año viene acompañado de una inversión decreciente, apoyado en una normalización del consumo tras una significativa contracción en 2023 y un importante impulso externo. Las dos economías más grandes del mundo han experimentado revisiones al alza en sus proyecciones de crecimiento; Estados Unidos y China. Claramente, un mayor impulso externo y mejores cifras económicas de dos de nuestros principales socios comerciales son buenas noticias para la actividad chilena y la ayudan a crecer más.

El aumento del precio del cobre también es un factor innegable. Siendo nuestra principal exportación y con Chile a la cabeza de los países productores a nivel global, las alzas recientes que hemos percibido en su precio también constituyen un impulso adicional para la economía.

Retomando el punto de la inversión, el presidente volvió a hacer de las suyas este sábado, llamando a los inversionistas locales a contagiarse de ese optimismo empresarial que ve respecto a Chile en el extranjero. Este mensaje puede ser un símil del llamado del mandatario a los bancos a no ser coñetes, o el de la Ministra del Trabajo a las empresas a pagar mejores sueldos.

El inversionista extranjero retomó la entrada de flujos a Chile en lo más reciente por una serie de razones, entre ellas el fin de la incertidumbre asociada a los procesos constituyentes, la revisión al alza en las proyecciones de crecimiento y el mejor precio del cobre. Pero para el inversionista local el escenario es distinto, sigue enfrentando, por ejemplo, una demanda muy deteriorada en el sector inmobiliario y de construcción, los trámites para obtener permisos de nuevos proyectos son largos y engorrosos, y se insiste con reformas tributarias que (para bien o para mal) vendrían a cambiar las reglas del juego actuales en materia de impuestos. El inversionista chileno tiene los pies en territorio nacional y, por ende, un sabor distinto del escenario que percibe. Además, ha recibido reiterados ataques de la clase política, que en muchas ocasiones no está abierta al diálogo y  con un Congreso que no logra acuerdos o consensos en pro de la economía y las personas. Lo anterior, sin duda, permea en la predisposición del empresariado hacia nuevos proyectos.

Por último, me gustaría destacar una comparación realizada por el mandatario que cualquier economista que sigue cifras puede afirmar lo injusta que es: durante su mandato, el PIB per cápita de la economía chilena “habrá crecido anualmente por encima del promedio de los ocho años anteriores”. Comparar con los 8 años anteriores implica varios factores que hacen que la comparación sea de peras con manzanas. En una primera instancia, esto incluye las cifras de 2019 y 2020, años de estallido social y pandemia respectivamente, en los que el PIB per cápita se contrajo 1.2% y 7.8% en cada uno de dichos años. Ambos períodos corresponden a shocks -interno y externo- que hacen que la comparación ya sea más desfavorable. En una segunda instancia, incluye al segundo gobierno de la presidenta Bachelet, en que hubo un crecimiento nulo de la actividad per cápita en 2017 y la inversión se contrajo en torno a un 10%. Cifras que claramente no apoyan una sana evolución de la actividad económica.

El optimismo con el que el presidente dio su discurso de la Cuenta Pública este primero de junio nos lleva nuevamente a pensar si él vive en el mismo país que el resto de los chilenos y chilenas. Y es que, si bien cabe reconocer un foco en materias que efectivamente apremian a la población, el exitismo con el que aborda sus números en materia económica, el pensar que hoy vivimos en un país en paz y el anunciar proyectos como el de la eutanasia o insistir con la negociación ramal, nos abre solo dos alternativas: o el mandatario tiene los pies en otra tierra o somos “el mejor país de Chile” (y solo él se ha dado cuenta).

 


Columna publicada en CNN Chile