Taylor Swift y los incendios
En enero, un presentador estadounidense afirmó en un noticiero que Taylor Swift es un activo del Pentágono. Utilizando su red de cientos de millones de seguidores, la cantante estaría inmersa en una operación política que tiene por finalidad asegurar la reelección del presidente Biden.
Es probable que al lector le parezca que esto es una ridiculez que nadie se tomaría en serio, pero resulta que una encuesta reciente de la Universidad de Monmouth muestra que 1 de cada 5 respondientes piensan que es verdad.
Por lo general, tendemos a creer que somos impermeables a este tipo de narrativas, sin embargo, los últimos incendios nos revelan que a veces estas alcanzan una resonancia insospechada.
Quizás la más divulgada sea la famosa conspiración de las inmobiliarias. Algunos activistas y autoridades, o autoridades que más parecen activistas como el diputado Diego Ibáñez y la alcaldesa Macarena Ripamonti -basta ver su consigna en una cartulina la primera noche del festival- sugieren que estas inician los incendios para forzar el cambio de uso de suelo y así ampliar su negocio en el área siniestrada. La evidencia de los últimos 10 años muestra que no ha habido cambio de uso en la zona afectada por los incendios, aunque eso no parece importar a sus divulgadores. Con todo, lo más insólito de esta conspiración es que supone que las empresas se confabulan con las autoridades encargadas de cambiar el uso de suelo, las cuales pertenecen a la misma coalición política de los denunciantes.
Ahora bien, a estas conspiraciones de intencionalidad económica se suman otras de carácter político.
Hay quienes sostienen -entre ellos el Gobernador Rodrigo Mundaca- que todo es parte de un plan en contra de las autoridades del Frente Amplio para generar desaprobación ciudadana en año de elecciones locales. Obviamente, la conspiración tampoco cuenta con evidencia que la sustente. De hecho, después de los incendios que afectaron el año pasado a las regiones de Ñuble, Biobío y La Araucanía, la aprobación del Presidente Boric no disminuyó, sino que aumentó en 10 puntos de acuerdo a la Encuesta Cadem. Y es que, dependiendo de la gestión, las catástrofes pueden ser un punto de inflexión a favor o en contra.
Otros creen que es el propio gobierno el que genera los incendios. La “evidencia” sería la coincidencia entre la zona afectada y el trazado de un proyecto que tiene por objeto construir carreteras para mejorar la conectividad del área metropolitana. Detrás de todo estaría el Ministerio de Obras Públicas, que con una precisión quirúrgica habría quemado el área necesaria para viabilizar la propuesta.
¿Qué tendrían en común nuestras conspiraciones con la de la “agente” Swift?
Diversos estudios sugieren que entre los factores que inciden en la ideación conspirativa están los de tipo social. En simple, algunas personas se sentirían atraídas por estas teorías porque ofrecen la oportunidad de defender una imagen positiva de sí mismas o de su comunidad; siendo particularmente efectivas en quienes perciben la amenaza de un grupo externo. En escenarios de polarización, estás teorías encuentran piso fértil en la necesidad de proyectar un mal en el adversario, reafirmando la superioridad moral de los acusadores. En este contexto, no es extraño que 8 de cada 10 creyentes de la conspiración swiftiana sean simpatizantes de Donald Trump.
Quizás en nuestro país estemos experimentando un fenómeno similar. El historial está ahí. Hace cinco años eran centros de tortura en la estación Baquedano y soda cáustica en carros policiales; el año pasado eran encuestadores que querían tomarse las casas; ahora son empresas y políticos que queman ciudades. El problema es que la divulgación de estas fantasías no conduce nunca a ninguna solución real, sino que solo generan confirmación de sesgos, desconfianza y toxicidad en tiempos en que más se requiere unidad. ¿Vale la pena el esfuerzo para una recompensa tan miserable?
Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso