Un pasito adelante y tres atrás

Un pasito adelante y tres atrás

“A diez minutos de que venciera el plazo para presentar las indicaciones respectivas, los colectivos de la CC de la coalición del Presidente Boric llegaron a un acuerdo en materia de sistema político el que, en palabras de sus promotores, fue transversal y consagra un presidencialismo atenuado y un bicameralismo asimétrico.

En los aspectos positivos, destaca el que no se persevere en la figura de un “Ejecutivo de tres cabezas” (Presidente, Vicepresidente y Ministro de Gobierno) que debilitaba la autoridad presidencial haciendo convivir en La Moneda tres agendas, lo que además de contrariar nuestra asentada cultura republicana que identifica al Presidente como único jefe de gobierno, generaba un nuevo foco de inestabilidad y conflicto.

En lo negativo me centraré en tres aspectos: lo poco transversal del acuerdo; la opacidad en su gestación; y un contenido que confirma el afán refundacional, concentra más el poder e intensifica nuestro centralismo.

En primer lugar, el acuerdo no fue transversal: no lo suscribió ni la derecha ni los convencionales que representan a una parte relevante de la ex Concertación. Fuad Chahín, convencional DC, afirmó que se trata de “un engendro que no funciona y que no tiene ninguna posibilidad de mejorar nuestra democracia, donde cualquier caudillo populista va a poder hacerse del Estado sin un contrapeso fuerte, (…) lo que es el manual de todas las dictaduras que conocemos, como Nicaragua o Venezuela””. Este espíritu de tribu y de revancha no es nuevo, se expresa en todas las comisiones, y es la receta perfecta para el fracaso de una nueva Constitución que está llamada a ser longeva y permitir gobiernos de distinto signo.

En segundo término, es impresentable que el acuerdo se haya gestado a puertas cerradas -sin actas, registros ni videos-bajando la vara respecto de la Constitución del 80, restando elementos útiles para una futura interpretación de la normativa y develando que la retórica de muchos no es más que una cínica puesta en escena. Mientras Bassa hace algunas semanas decía que la CC practica una “democracia en tiempo real que no habíamos visto nunca, (…) una forma de deliberación masiva, abierta, al aire libre, (…) con grupos de convencionales que cruzan la vereda para hablar con el del frente para deliberar (…) a ojos de toda la prensa”, el mismo convencional, sin arrugarse, lidera hoy un acuerdo que no cumple con ninguno de esos estándares. Publicidad para los trámites irrelevantes, pero secretismo “cuando las papas queman” y hay verdadera negociación. La vieja cocina en plenitud.

Tercero, y lo peor de todo, el contenido del acuerdo adolece de tres defectos graves en los que me detendré: espíritu refundacional, concentración del poder e intensificación del centralismo.
El primer defecto, el espíritu refundacional, es compartido por la mayoría de la CC. Quienes creen que Chile (o Pluri-Chile) nació en octubre del 19 siguen ganando batallas. La principal en este acuerdo es la eliminación del Senado, casi tan antiguo como nuestra República. Pero hay otras decenas de “batallas menores”, que se están librando en todas las comisiones y temas, donde prima el “borrón y cuenta nueva” desoyendo el consejo de que si algo no está roto, no es necesario arreglarlo. Solo por poner un ejemplo de esto, en el acuerdo que comentamos se le quita a las FF.AA. el resguardo de los locales de votación en las elecciones. ¿Qué explica que se prescinda de quienes han cumplido un rol ejemplarmente? ¿Es innovar por innovar, desprecio a los militares o hay algún fundamento?

Dado el secretismo, nunca sabremos los motivos reales de esta decisión que refleja que los ánimos refundacionales están lejos de agotarse.

Frente a este ánimo refundacional cabe preguntarse, con Burke, si los órdenes gubernamentales pueden ser inventados desde cero por pensadores inteligentes o el espectro de opciones está limitado por realidades orgánicas y subyacentes.

Quien promueve un cambio tiene la carga de la prueba y no parece sensato cambiar todo al mismo tiempo. El frenesí innovador de la CC tirará por la borda 200 años de evolución institucional, generando incertidumbre -que se traduce en subdesarrollo y pobreza- y concentrando la agenda política en discusiones institucionales -que no se acaban con la aprobación de una Constitución que en estos aspectos creativos tendrá que ser implementada a lo largo de los años- y no en las urgencias sociales que están en la base del malestar que se expresó en el plebiscito de entrada.

Un segundo defecto del contenido del acuerdo es que concentra el poder político, eliminando frenos y contrapesos al cambiar el Senado por una decorativa Cámara de las Regiones que participará solo excepcionalmente en la formación de ley y no intervendrá en aspectos claves como en las acusaciones constitucionales y probablemente tampoco en los nombramientos que hoy requieren acuerdo del Senado.

La actual Cámara de Diputados pasa a ser el “Congreso de Diputados”, que es donde se tramitarán todas las leyes. El proceso de formación que se propone para ellas merece al menos tres reparos. En primer lugar, con independencia de la importancia de la materia, todas las leyes se aprobarán bastando la simple mayoría de los congresistas presentes, pasando del extremo actual -que exagera los quorums para algunas materias- al extremo opuesto. En segundo lugar, los congresistas podrán presentar proyectos de ley que involucren gasto fiscal -que el Ejecutivo deberá patrocinar para que prosperen- no siendo difícil prever que se utilizarán como mecanismos de presión: malos para la responsabilidad fiscal y buenos para la reelección parlamentaria. En tercer lugar, en caso de desacuerdo entre el Congreso y la Cámara de las Regiones, el primero podrá hacer primar su posición con la concurrencia de cuatro séptimos de los diputados. En definitiva, más que un “bicameralismo asimétrico” estamos frente a un “unicameralismo encubierto” que permite que la coalición política que tenga el gobierno y mayoría en el Congreso pueda “hacer y deshacer”.

Esta concentración de poder resulta doblemente grave al constatar que el acuerdo -cuáles cerrojos institucionales de la “”Constitución de Pinochet””- contiene reglas electorales que muy probablemente beneficiarán a cierta izquierda, pudiendo crearse una mayoría artificial y permanente en un Congreso todopoderoso sin contrapeso: escaños reservados para pueblos originarios, identidades trans-no binarias y pueblo tribal afrodescendiente; distrito electoral en el extranjero para las parlamentarias; y disminución a 16 años de la edad mínima para votar.

Y el tercer defecto que comentaremos del contenido del acuerdo es que, contra toda la retórica de la CC, daña severamente el poder de las regiones, dado que pasamos de una cámara territorial con mucho poder (Senado) a una cámara territorial decorativa (Cámara de las Regiones) y concentramos la función legislativa en el Congreso de Diputados cuya representación es proporcional y, por lo tanto, mayormente capitalina.

Resulta lamentable cómo se está perdiendo, de manera cada vez más definitiva, la oportunidad de tener una Constitución que todos veamos como legítima, que contribuya a sacarnos de la crisis y mejorar nuestra política para avanzar en un país con mejor calidad de vida. Por el contrario, sigue avanzando una Constitución de revancha que atenta contra la unidad de Chile y la igualdad ante la ley y que, si este acuerdo es ratificado por el pleno y luego la propuesta es aceptada por los chilenos, además concentrará el poder y hará de Chile un país más injusto con sus regiones”.

Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso