Una analogía apresurada

Una analogía apresurada

El fin de la etapa de presentación de enmiendas en el Consejo Constitucional vino acompañada de una serie de denuncias que acusan una “pasada de máquina” por parte del Partido Republicano. En concreto, sus consejeros proponen una serie de modificaciones que, entre otras cosas, fortalecen la protección de la vida de quien está por nacer, disminuyen el número de representantes en la Cámara de Diputados y el Senado (de 155 a 132 y de 50 a 48, respectivamente), eliminan la paridad de salida, liberan del pago de contribuciones a los propietarios de primera vivienda y restablecen el control preventivo de constitucionalidad por parte del Tribunal Constitucional, por nombrar solo algunos ejemplos.

Las voces más críticas han homologado la actitud de los actuales consejeros con aquella que tuvieron los convencionales de la fallida Convención Constitucional, alertando sobre un eventual rechazo a la nueva propuesta en el plebiscito de diciembre. En resumen, dicen que la ciudadanía volverá a percibir que una mayoría circunstancial se “llevó la pelota para la casa”.

Seamos honestos. Varias de esas críticas provienen de quienes promovieron el “apruebo” en el plebiscito de septiembre y ahí felices que estaban con la pelota en su patio. Pero fuera de ese detalle, el punto es que, a diferencia del proceso anterior, sabemos que este nació prácticamente muerto, lo que se grafica en que su rechazo ha superado holgadamente la aprobación en todas las encuestas, sin que se le pueda atribuir a ninguna bancada o consejero esos resultados. También sabemos que, por la conformación ideológica del Consejo Constitucional, la única probabilidad de éxito (que es muy vaga) pasa porque el texto final no se mueva tanto a la derecha del anteproyecto aprobado por los expertos. En definitiva, hay que encantar a muchos que ya se bajaron del barco a la vez de mantener a muchos otros que ya están a punto de saltar por la borda. Así las cosas, es normal que en esta etapa cada grupo resalte su identidad y “tire el tejo pasado” para contentar a sus votantes. Luego vendrá el entendimiento con el adversario donde probablemente muchas de esas propuestas serán simples monedas de cambio. Así lo han sugerido los mismos republicanos respecto a la paridad. A estas alturas, y dado que se requiere mostrar amplios acuerdos, quizás es hasta conveniente que durante el debate sean los partidos más tradicionales los que se alíen para contener algunas propuestas y así mostrar algún grado de transversalidad.

Ahora bien, dejando este punto de lado, lo cierto es que la analogía que se ha intentado imponer entre ambas instancias constituyentes es claramente improcedente, porque compara peras con manzanas. Para hacer una crítica como la que se ha planteado hay que comparar el proyecto de la primera convención constitucional con el texto que nos propondrán en noviembre el consejo constitucional junto al comité de expertos. Ahí se compararán manzanas con manzanas.

La otra opción es comparar peras con peras y recordar las propuestas que nos ofrecían, a estas alturas, los convencionales constituyentes del primer proceso fallido. Me refiero, por ejemplo, a la eliminación de los tres poderes del estado y su reemplazo por una asamblea plurinacional de trabajadores y los pueblos, al decrecimiento económico como una medida para combatir los efectos del cambio climático o, respecto del Banco Central, a la incorporación de los objetivos de diversificación de la matriz productiva y el equilibrio del ecosistema para garantizar el buen vivir, cuestiones completamente ajenas a las labores de los bancos centrales del mundo y que incluso motivaron el envío de un oficio por parte del órgano emisor hacia la Convención. Estamos hablando de propuestas que juntaron sus respectivos patrocinios y fueron presentadas por los ex convencionales en la etapa equivalente a la que se encuentra el proceso vigente.

El camino hacia una nueva constitución ya está lo suficientemente cuesta arriba como para que a ello se sumen tempranamente acusaciones de boicot. Tanto el oficialismo como la oposición debiesen estar empeñados en tener una propuesta decente que sea aprobada en el plebiscito de diciembre, especialmente el presidente, a quien le caería como un balde de agua fría el doble fracaso constitucional durante su gestión. Pero para que ese milagro se concrete se requiere negociar de buena fe y no hacer analogías absurdas antes de tiempo.

Columna publicada El Mercurio de Valparaíso