¿Una Constitución anti-chilena?
La Convención ha decidido -ya de manera definitiva- quebrar la unidad de Chile y la igualdad ante la ley estableciendo el carácter “plurinacional” del Estado; que los pueblos originarios son titulares del derecho a la “autonomía y al autogobierno” (incluidas “autonomías territoriales”); que tendrán un sistema jurídico propio; y que es deber del estado garantizar su participación política “incorporando su representación en órganos de elección popular y en la estructura del Estado”. A su vez, están a la espera de su aprobación por el pleno otras decenas de normas que configurarían un estatuto excesivamente privilegiado para la población indígena (12,8% de los chilenos), como por ejemplo el reconocimiento de una propiedad y derecho a restitución ilimitados respecto de los “territorios que han ocupado” y diversas cuotas de participación aseguradas en instituciones públicas.
Mientras en La Araucanía se recrudece el terrorismo, el narcotráfico y la delincuencia, la Convención abre la puerta y ofrece un marco jurídico funcional al separatismo. Mientras la ciudadanía demanda igualdad de trato, la Convención establece diferencias arbitrarias entre chilenos según pertenezcan o no a algún pueblo originario. Curiosa vocación suicida la del Estado chileno que, a través de la Convención, promoverá la división de Chile y de los chilenos.
Si bien el talante “indigenista” contrario a la unidad de la nación chilena ha sido claro desde la instalación de la Convención -escaños reservados, pifias al himno, ausencia de nuestra bandera-, la esperanza de tener un texto fundamental en el que Chile siga siendo uno y los chilenos continuemos siendo iguales ante la ley se ha diluido al conocerse las normas aprobadas por las comisiones y el pleno.
En vez de reconocer a los pueblos originarios, perfeccionar su relación con el Estado y completar el relato de lo que somos, la Convención ha optado por dividir nuestro territorio y nuestra nación que es una, indivisible, multicultural, mayoritariamente mestiza y se ha construido a lo largo de los siglos gracias a diversas olas migratorias, destacando el aporte hispano -que nos legó civilización, idioma y religión-, y el mapuche -que nos heredó una especial relación con el territorio y el carácter recio del único pueblo originario que resistió por casi cuatro siglos la conquista extranjera-.
Pareciera que el pueblo mapuche hoy no está bien representado. Por una parte, tiene a terroristas que hablan y matan en su nombre, instrumentalizando sus reivindicaciones y contribuyendo a su desprestigio. Por otro lado, sólo el 20,5% de su padrón votó en la elección de escaños reservados y sólo 7.549 personas (0,03% de la población indígena habilitada) participaron en el proceso de consulta indígena impulsado por la Convención. Se debe tener a la vista que en la Región de La Araucanía José Antonio Kast arrasó en la segunda vuelta, con más del 60% de los votos, muchos de los cuales vienen de comunas con alta población indígena en donde incluso hubo resultados más holgados. No es difícil concluir que una parte relevante del pueblo mapuche no se identifica con la agenda identitaria y separatista.
Además, resulta muy curiosa el tipo de “autonomía” promovida: para las cargas y responsabilidades todo lo independientes posibles, pero para los beneficios del Estado “más chilenos que los porotos”. Tendrán sus instituciones propias y cervadas, pero además cuotas de participación en todos los organismos del Estado chileno. Se les asegura una propiedad especial y restitución de las tierras reclamadas (en lo cual Chile ya ha gastado más de 500 mil millones de pesos), pero manteniendo todo el nutrido catálogo de beneficios especiales como los subsidios para la compra de tierra y derechos de aguas o la beca indígena para la educación superior, entre otros.
Y para colmo, tampoco esto ha servido para resolver el conflicto en La Araucanía. Pese a todo -una Constitución que les asegura autonomía, recursos y privilegios, además de un gobierno promotor de la narrativa indigenista más radical- el conflicto no hace más que escalar. En los mismos días que “”se les da todo”” en nuestra Carta Fundamental, se conceden beneficios carcelarios a los asesinos del matrimonio Luchsinger Mackay; en Temucuicui se recibe a balazos a la Ministra del Interior; 10 comunidades mapuches amenazan al gobierno con hacer acciones de “”control territorial”” si en 6 meses no se cumplen sus condiciones (plata, indultos y expulsar forestales); y se atenta contra 20 niños en un furgón escolar en Victoria, solo por mencionar algunos hechos que dan cuenta que la desintegración de Chile no es la receta para solucionar el conflicto y que, lejos de esto, pareciera estar agravándolo.
Espero que el esfuerzo de la Convención de romper con la unidad de Chile y la igualdad ante la ley fracase. Chile es uno solo y los chilenos somos iguales, a menos que la Convención proponga lo contrario y los chilenos estemos de acuerdo.
Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso