Viña y la borrachera
Lo peor de los triunfos es que nos nublan. Ganar—sobre todo cuando se hace en reiteradas ocasiones y de forma sistemática—termina emborrachando. Para los futboleros, basta recordar a nuestra emblemática selección chilena. La generación dorada y el bicampeonato de América nos encandiló tanto, que terminamos dejando pasar mucho por el lado. ¿Acaso podía importar algo más si se ganaba y ganaba? Tuvimos que caer—y vaya forma en que caímos—para enfrentar problemas y desafíos que se venían gestando desde hace mucho antes. Problemas humanos, de gestión y de corrupción que, frente al triunfo reiterado, podíamos darnos el lujo de evadir.
Quizás todos concordamos en que Viña del Mar debía cambiar, ya sea desde la derrota o desde el triunfo. Es cierto que lo primero parece algo más natural. Cuando se pierde no queda más alternativa que preguntarnos “por qué”. Lo segundo, sin embargo, implica dinámicas bastante más complicadas. Cuestionarnos y desafiarnos desde la victoria conlleva un esfuerzo que, para muchos, sencillamente carece de sentido. ¡Y vaya error!
Sin caer en la autoflagelación, la administración saliente de Viña del Mar debe ahora asumir que se hicieron cosas muy mal (más aún considerando que saldrán electos ediles que parecen querer perpetuar el status quo). Comprender que el apoyo popular no significa un cheque sin fondos, ni menos una licencia para continuar haciendo o deshaciendo a gusto. Por lo mismo, hace 4 años, ganar con un 60% de los votos debió verse sencillamente como una muestra de confianza. Hablamos de esa misma confianza que en la actualidad se encuentra pendiendo de un hilo. Así de frágil era todo. La borrachera del triunfo, por lo mismo, debe siempre pasar rápido, pues solo así se da espacio a las medidas adecuadas que puedan fortalecer esa fidelidad ciudadana.
Con el diario del lunes siempre es más fácil, es cierto. Sin embargo, a estas alturas resulta evidente que aquel triunfo de la administración incumbente por amplia mayoría el 2016 marcaba el minuto perfecto para emprender un proyecto distinto. No hablamos de cambiar de eslogan, sino más bien de reconstruirse desde las bases. En concreto, asumir los desafiantes problemas de déficit municipal y de corrupción, insistiendo en las auditorías externas y transparentando la verdadera situación de un municipio altamente afectado. Depurar un sistema que, en distintos frentes, ha sido acusado de clientelar y de pagadero de favores políticos. Y, en la misma línea, enfrentar la dependencia económica de la comuna, lo que se ha evidenciado en este último año de pandemia. Asumir que la diversificación económica era un desafío esencial, lo que se hace especialmente importante en una comuna que, frente a la decadencia de Valparaíso, se ha vuelto en la capital política de facto.
Esos son solo algunos ejemplos. Todos sabemos que eran muchos los desafíos que se dejaron pasar por el lado, ante la borrachera del triunfo avasallador. ¿Acaso había algo más importante que ese 60% de apoyo ciudadano?
Lo cierto es que, hasta el minuto, los resultados de las elecciones municipales parecen elocuentes. Viña del Mar será administrada por Macarena Ripamonti quien, en el momento en que se escribe esta columna, se encuentra doblando en votos a su competidora más cercana, Andrea Molina. Ahora, sin embargo, la nueva ganadora no puede darse el lujo de emborracharse. No será un desafío fácil. El Frente Amplio no solo está ganando en Viña, sino que también en la gobernación regional con un resultado sorprendente. Por lo mismo, la victoria puede fácilmente llevar al ensimismamiento y a la exclusión, cuando lo que necesitamos más que nunca es cooperación y diálogo.
Los desafíos de Viña del Mar siguen siendo igual de complejos que ayer. Por el bien de la comuna, esperemos que reine la buena voluntad y el trabajo honesto.
Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso