El calco de una gran asamblea universitaria

El calco de una gran asamblea universitaria

Me gustaría compartir la esperanza de muchos pero se hace muy difícil luego de observar la primera semana de la Constituyente, donde ha primado el maximalismo, la estridencia y la intolerancia jacobina a todo lo que, como nuestra canción nacional, no sea parte de la narrativa del 18 de octubre o no se subordine al afán refundacional que inspira a la mayoría de los constituyentes, agrupados en la Lista del Pueblo, FA, PC y PS.

Todos quienes hemos participado en política universitaria –a mi me tocó el 2011 en la PUCV- no podemos estar viviendo sino un intenso “dèjá vu”. No solo la puesta en escena –estética, formas, maneras de conducción- es un calco de una asamblea universitaria, sino ciertos vicios de fondo, en los que me detendré a continuación, son compartidos, con el agravante que la CC no influirá en un reglamento interno, paro de clases o funa a un profesor, sino que definirá nuestra arquitectura de poder para las próximas décadas y buena parte del futuro de nuestro país.

En primer lugar, comparten la insufrible superioridad moral de sus conductores. Están ellos -depositarios de intereses angélicos que promueven reformas o refundaciones para lograr justicia social- y los otros –vehículos de intereses espurios que defienden un orden social destinado al fracaso-. No conciben que alguien, de buena fe, tenga una visión de justicia distinta o busque los mismos fines a través de otros medios. Son el enemigo. Esta visión maniquea y nulo espíritu de diálogo ha expresado, sólo por poner algún ejemplo, tanto la Presidenta de la instancia como el convencional más votado. Elisa Loncón dijo que Cubillos o Monckeberg no deberían ser parte y que el diálogo no es posible “desde los privilegios que ellos defienden” y Daniel Stingo, con su humildad característica ya advirtió: “Los grandes acuerdos los vamos a poner nosotros y que quede claro, los demás tendrán que sumarse” ¿La casa de todos?

En segundo término, una relación cómplice u obsecuente con la violencia. Algunos dirigentes universitarios no tiraban la bomba molotov, pero sí escondían a los delincuentes en las universidades o hacían todo tipo de piruetas retóricas para jamás condenar su actuar. Hoy es lo mismo. Primer día: manifestantes organizados violan el anillo de seguridad para ingresar al lugar de la CC para obligar a carabineros a actuar de modo tal que sus constituyentes afines armen un escándalo completamente desproporcionado –pifias al himno y agresiones a la secretaria relatora del Tricel incluidas- que puso en riesgo la instalación. Segundo día: grupo de personas en las afueras de la CC agreden física y verbalmente a Rugero Cozzi (RN) ¿Qué dijeron Loncón o Bassa? Mutis por el foro. Tercer día: se dedicó completamente a acordar una declaración en favor de los mal llamados “presos políticos de la revuelta”. Una infamia contra nuestra democracia y un agravio para las víctimas –pensemos en los locatarios de calle Condell en Valparaíso o este mismo diario-. ¿Reglamento? ¿Descentralización? ¿Régimen político? ¿Derechos sociales? Nada.

En tercer lugar, el desprecio a las reglas y el estado de derecho. La extralimitación en sus funciones; debates y votaciones opacas sin reglas claras ni garantías mínimas y la desigualdad de trato respecto a las solicitudes de la minoría, permiten avizorar la manera con que la mayoría conducirá la CC. En chileno: “pasar máquina” cada vez que se pueda.

Chile tiene (¿tenía?) una oportunidad de construir en democracia y paz una Constitución que nos represente a todos, distribuya mejor el poder, contribuya a relegitimar la política y siente las bases o metas en los anhelos sociales más sentidos. Lamentablemente se está diluyendo por la visión que está primando y que tiene que ver con la convicción profunda de la izquierda radical que todo lo que se haga en nombre de la igualdad es bueno y que toda destrucción del poder existente contribuye al objetivo de la igualdad.

El problema de este afán destructivo y refundacional es que no ofrece alternativa real. Se propone una sociedad en la que todo lo que la hace posible –como el derecho, la propiedad, la jerarquía o las instituciones- desaparezca. La alternativa es la utopía. En último término, en palabras de Marx, una sociedad en donde el Estado mismo se desvanecerá, no habrá necesidad de ley y todo será poseído en común, donde no haya división del trabajo y cada persona satisfaga sus deseos “cazando en la mañana, pescando en la tarde, guardando el ganado al anochecer y discutiendo sobre literatura después de la cena”. Es decir, todos los beneficios del orden legal, pero sin ley y todos los beneficios del mercado, pero sin propiedad.

Esta utopía colectivista ya ha sido propuesta, sin la elegancia del filósofo alemán pero con mayor sentido de realidad, por Rodrigo Rojas Vade, constituyente que obtuvo la segunda mayoría en la elección para vicepresidente de la CC: “Que Chile sea para todos o para nadie. Yo prefiero que sea para todos una gran mierda o que sea para nadie”.

Esperemos que Chile no sea secuestrado por unos pocos que odian a Chile. Tengo la convicción que nuestro país anhela cambios en paz y no una refundación y espero que el sentir popular haga que la CC rectifique su camino. Aún estamos a tiempo.

Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso