El centro a la deriva

El centro a la deriva

Durante estos últimos días se ha sostenido que en las pasadas elecciones municipales habría triunfado “la moderación” y, al mismo tiempo, hemos observado que el grupo más derrotado en el proceso fue precisamente el “centro político”. ¿Una contradicción? Quizás no tanto.

Solo a modo de antecedente, debemos recordar que durante el período recién pasado la DC representaba la fuerza política más importante en las administraciones locales, con 47 triunfos en aquel proceso de 2021. En la actualidad, sin embargo, el partido logró obtener el liderazgo de solo 23 municipios, resultado que se extendió al Concejo Municipal, donde consiguieron menos de la mitad de los escaños que hace tres años.

La situación de Amarillos por Chile y Demócratas (en el pacto que denominaron “Centro Democrático”) fue aún más devastadora. De las 56 candidaturas inscritas no obtuvieron ninguna alcaldía, alcanzando solo un 1,36% de los votos a nivel nacional, menos que el Pacto Ecologista-Animalista o el Partido de la Gente.

Entonces, aunque los resultados sugieren que triunfó la moderación, en ningún caso lo hicieron los partidos llamados a capitalizarla.

Lo sucedido al “Centro Democrático” es un tanto más incierto, dado que se puede argüir—como ya lo han hecho desde Amarillos por Chile—que se trata de un conglomerado nuevo, sin experiencia y en crecimiento. Todo era ganancia, de algún u otro modo. Pero lo de la DC parece ser un problema más profundo que se viene denunciando desde hace ya bastante tiempo. La crisis del partido de la falange bien sabemos que no es sorpresiva, con unos últimos años marcados por un liderazgo de supervivencia que hoy los tiene en un directo camino a la irrelevancia.

Las posturas frente al proceso constitucional—enviando al Tribunal Supremo y expulsando a quienes se oponían a aprobar el trabajo de la Convención—y aquellas emblemáticas elecciones en la Cámara Baja que terminan dándole la presidencia al PC, son muestra de decisiones políticas meramente pragmáticas, sin sustento histórico ni contenido ideológico que lograra sostenerlas. ¿Y cuál ha sido el resultado de esas y otras decisiones? Fragmentación y renuncias.

En los últimos años, aun siendo el partido más importante de Chile en representación municipal, han terminado perdiendo figuras emblemáticas tanto por la puerta derecha (como Matías Walker o Ximena Rincón) como por la izquierda (como Claudio Castro o Claudio Orrego). Y no podía ser de otro modo, pues en la crisis han optado por salvar los muebles, remeciendo los cimientos más basales de la agrupación y, de paso, arriesgando no solo el mobiliario (votos), sino también sus estructuras completas.

El problema es que frente a ese vacío ideológico nadie asume el desafío. El Partido Liberal también ha terminado pactando con el PC—¡vaya paradoja! —y los movimientos surgidos en el último tiempo no han sido capaces de construir un proyecto que trascienda lo que “no quieren” para Chile. Y allí, a la deriva, están esos votantes moderados, que parecen no necesariamente buscar “amarilleo”, sino más bien un proyecto político bien pensado, sostenible y con convicciones. Todo parece indicar que, por el momento, tendrán que seguir esperando.

 


Columna publicada en Cooperativa