El votante que no se ve
Los partidos políticos están sacando cuentas y lecciones de las elecciones pasadas. Cada sector tuvo victorias y derrotas clave tanto en la capital como fuera de esta, y seguramente esto ha abierto un período de reflexión. Por lo mismo, es importante comprender al votante chileno y qué espera de los representantes locales. Acercarse a estos votantes y comprender lo que buscan es una tarea difícil, pero no imposible. Claramente, de los datos agregados no podemos hacer inferencias en torno a los sujetos particulares; a pesar de ello, hay instrumentos para poder aproximarnos a estos votantes, como las encuestas, que nos permiten conocer hasta cierto punto lo que piensa el ciudadano promedio.
Sin embargo, el votante nulo y el blanco sigue siendo un universo inexplorado. Las encuestas no lo reflejan, no por fallas en su diseño necesariamente, sino porque, por lo general, este forma parte de los sujetos que se rehúsan a responder. Por cierto, esto es esperable: una persona que no vota o que vota nulo -sea por su desconfianza en la política, en el sistema o simplemente porque no está “ni ahí”- no tiene incentivos para responder una encuesta, menos una centrada en actitudes y preferencias políticas. Entonces, es necesario preguntarnos: ¿qué piensan estas personas? ¿Cómo nos podemos aproximar a ellas?
Estas preguntas son de vital importancia. En estas elecciones, el número de votos nulos y blancos fue de 1.4 millones para alcaldes y 2.3 millones para gobernadores regionales. Es verdad, parte de este electorado puede reflejar una posición política al actuar en este sentido -sea que la política actual no lo representa o que desconfía del sistema democrático-. También puede reflejar desconocimiento, por lo que, en vez de seleccionar una preferencia al azar, se opta por dejar la papeleta en blanco o rayar la hoja. Justamente, como no sabemos qué piensan estas personas, tampoco sabemos qué medidas pueden servir para aproximarse a ellas.
Pese a esto, los últimos plebiscitos y también las experiencias deliberativas -tanto en Chile como en el resto del mundo- nos muestran que, quizás, hay formas de aproximarse a una parte de este grupo. Por ejemplo, en los dos plebiscitos constitucionales, el número de votos blancos y nulos fue menor al de las pasadas elecciones, lo que abre la siguiente pregunta: ¿movilizan a la ciudadanía de una manera distinta estos mecanismos alternativos respecto al modelo representativo? La evidencia nos sugiere que sí, abriendo la posibilidad de que se escuche la voz de aquellos que, por distintas razones, deciden no participar de “la fiesta democrática”. Algo parecido podemos ver en mecanismos deliberativos específicos, como los Deliberative Town Halls, en los que, al analizar los comentarios de los participantes -incluso en el caso chileno-, podemos ver que algunas personas tienen una opinión que podría ser catalogada como antisistema, pero, aun así, se pronuncian e interactúan con la institución.
En otras palabras, hay formas de incorporar a una proporción de estos ciudadanos. Parte del desafío del sistema político es decidir qué mecanismos serían los más efectivos para que la opinión del votante que “no se ve” pueda ser canalizada por la vía institucional.
Columna publicada en La Segunda