Esperanza

La esperanza es una emoción que se usa recurrentemente en política. El famoso “hope” de Obama, el “que la esperanza le gane al miedo” de Boric y el “una que nos una” de la campaña del Rechazo para el plebiscito de salida son sólo algunos ejemplos de cómo esta emoción puede ser usada con fines electorales. También, a partir del mito de Pandora -en el que todos los males escapan excepto la esperanza- es que se dice que la esperanza es lo último que se pierde o, en otras palabras, algo a lo que los humanos nos aferramos cuando todo parece ir mal.
El problema de estas interpretaciones es que generalmente nos muestran la peor cara de la esperanza, pues generan falsas expectativas. Un gran ejemplo de esto fue el proceso constitucional anterior en el que las promesas de un cambio para mejor terminaron convirtiéndose en frustraciones. Y es que si seguimos entendiendo el concepto de la esperanza y al mismo tiempo defendiéndolo de esta manera, no debería sorprendernos que las personas tiendan a creer que las cosas sólo irán para peor o, en el mejor de los casos, que estas se mantendrán igual. De hecho, los datos ya nos muestran esto.
Por ejemplo, en el Estudio de Opinión Política de la Fundación Piensa del año 2022, un 41% de los encuestados considera que Chile estará peor que hoy en tres años más, mientras que en la encuesta CEP un 49% piensa que la situación estará peor que hoy en 12 meses más.
En la Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides criticaba el uso de una esperanza engañosa por parte de los atenienses, mintiéndose a ellos mismos incluso en la derrota. Y es que por más que nos aferremos a la posibilidad de un mundo mejor o se prometa solucionar todos los problemas que aquejan al país, la realidad siempre pegará más fuerte.
Quizás la esperanza no deba ganarle al miedo, al contrario, debería ser complementada por este. Cuando Greta Thunberg dijo en su famoso discurso “quiero que entren en pánico” se puede entender como una forma de transmitir este mensaje: por una parte, hay esperanza de evitar que aumente la temperatura de la Tierra en dos grados centígrados; por otra, deberíamos temer las consecuencias de que fallemos en ese objetivo.
Así, la esperanza puede ser un motor que impulse ciertos objetivos, pero sin perder de vista la amarga realidad. En otras palabras, el punto de la esperanza es mantener nuestra capacidad de agencia viva, esto es, mantener la convicción de que es posible hacer algo frente a los problemas del mundo, lo que muchas veces está acompañado de penurias más que de alegrías.
Como dijo Ortega y Gasset, “no hay vivir si no se acepta la circunstancia dada”, la esperanza nos invita a aceptar estas circunstancias, por más crueles que sean, y a construir algo desde ahí. Depende de nosotros aceptar la tarea o refugiarnos en la ilusión.
Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso