La crisis liberal
Luego del avance de Le Pen, que, a pesar de no llegar a ser gobierno, dobló su cantidad de diputados en Francia, y un debate que deja en jaque la candidatura de Joe Biden frente a Donald Trump, la crisis de la democracia liberal no se detiene. En todo el mundo, los candidatos iliberales toman fuerza mientras los partidos tradicionales cada vez pierden más arrastre, incluso teniendo que pactar con los que antes eran adversarios.
Los triunfos de estos movimientos de ultraderecha nos hablan de la profunda crisis del orden liberal, no solo como un sistema que ha fallado en responder a las demandas ciudadanas, sino también de una crisis en el plano teórico y que nos hace preguntarnos si nuestro entendimiento del liberalismo es correcto.
Esta interrogante no es nueva. Samuel Moyn la desarrolla en su libro “Liberalismo contra sí mismo”. En este, plantea cómo los intelectuales liberales de la guerra fría -en los que se incluye Karl Popper, Isaiah Berlin, Judith Shklar, Hayek y Gertrude Himmelfarb- rechazaron en gran parte el legado de la ilustración y se centraron en la defensa irrestricta de la libertad individual, en desmedro del resto de valores ilustrados.
Esto lo podemos ver incluso reflejado en el debate actual de la ley de pesca, donde el diputado Brito planteó una defensa de los peces centrada en su individualidad. Si solo esta justifica el reconocimiento de los derechos, se llega al punto de tener que plantear que un pez posee una personalidad para que tenga sentido hablar de su protección.
Justamente, este es el punto donde nuestra forma de entender el liberalismo podría estar fracasando. Helena Rosenblatt, en “La historia perdida del Liberalismo”, explica cómo la mayoría de los autores liberales a lo largo de la historia han defendido la idea de que la comunidad política se debe construir sobre principios morales y deberes. En otras palabras, no podría construirse una sociedad viable o estable en el tiempo si esta se sustenta meramente en el interés propio.
En una línea parecida, Alan Kahan plantea que los tres pilares de esta corriente son la libertad, los mercados y la moral; o, dicho de otro modo, la política, la economía y la religión o moralidad. Justamente, al dejar de lado uno de los pilares fundamentales, el liberalismo parece estar en desventaja para enfrentar a movimientos que promueven un modo de vida política que diferencia “lo bueno” de “lo malo”, y prometen el bienestar que el liberalismo no ha podido cumplir.
La solución a los problemas de las democracias liberales va por responder a las demandas ciudadanas, pero también en crear marcos teóricos que en el campo de las ideas puedan hacer frente a los avances de movimientos iliberales. Si efectivamente el ideal del liberalismo es que las personas vivan sin miedo -sea al fanatismo religioso, a los embates reaccionarios, a la tiranía de la mayoría, a la pobreza o al totalitarismo-, entonces es necesario replantear cómo desde una óptica liberal se piensa la comunidad política.
Columna publicada en La Segunda