Los intelectuales y la esfera pública

Los intelectuales y la esfera pública

Dentro de la teoría democrática, distintos autores han destacado la importancia de tener una sociedad civil activa. Por ejemplo, Habermas destaca la importancia de la sociedad civil como un espacio de comunicación espontáneo en el que distintos ciudadanos pueden pensar críticamente los problemas que afectan a la comunidad.

Dentro de este libre intercambio surgen expertos que, por su bagaje académico y/o por su capacidad para plantearse en el mundo público, toman un rol protagónico. Justamente, los intelectuales públicos cumplen un papel crucial dentro de la democracia y, al mismo tiempo, enfrentan una tarea delicada en ambientes de alta polarización, ya que incluso pueden contribuir a exacerbar la división entre los distintos grupos de la comunidad política.

 Esta tensión se evidenció en los dos procesos constituyentes recientes, en los que distintos académicos no solo manifestaron su opción, sino que muchas veces lo hicieron presentándola —implícita o explícitamente— como un deber ético, como si existiera una única postura correcta.

En ese marco, la alternativa opuesta no se interpretaba simplemente como errónea, sino como una aberración moral. Este enfoque profundiza una interpretación que pone en riesgo un principio básico de la democracia, en el que la opción contraria manifiesta una amenaza existencial al modo de vida que se considera valioso. En otras palabras, el oponente pasa a verse como un enemigo y las bases de una sociedad entre iguales comienzan a desmoronarse.

Al mismo tiempo, esto conlleva un efecto rebote en el que los intelectuales comienzan a ser vistos con suspicacia, poniéndose en duda su rol como referentes —especialmente aquellos que vienen desde un mundo más tradicional y académico— y dando paso a otro tipo de figuras que brillan en estos entornos más polarizados.

Hoy, frente a una nueva elección que se perfila de forma similar a los dos procesos constituyentes pasados, es importante reflexionar sobre el rol que los académicos y los intelectuales públicos ejercerán en los próximos meses. ¿Deberían repetir el camino del pasado, reforzando trincheras? ¿O articular una crítica racional sin demonizar al rival?

Estas preguntas son relevantes ya que su papel es fundamental, no tanto por su efecto en el público general, sino por la influencia que ejercen sobre las élites del país. De la respuesta a esta pregunta dependerá no solo su influencia en un proceso decisivo, sino la oportunidad de preservar su credibilidad.

 

Columna publicada en La Segunda