Más de lo mismo

Las nuevas cifras de campamentos entregadas por TECHO nos vuelven a recordar que la inercia habitacional está lejos de revertirse: nuestra región sigue liderando el ranking y los índices continúan al alza. Aunque esta situación no es sorpresiva, sirve para reforzar la necesidad de replantear nuestra política de vivienda, ya que ni el Plan de Emergencia Habitacional (PEH) ni los programas ministeriales son suficientes para hacer frente a un problema acuciante en la región.
Si bien el gobierno ha tratado de innovar en materia habitacional, la concreción del PEH se ha visto dificultada, lo que se suma a que éste no reconoce en profundidad las vicisitudes de la realidad económica ni local, dificultando su efectividad en zonas como la nuestra. Para ilustrar, de nada sirve que el estado sea garante de un crédito hipotecario si las familias en campamentos son incapaces de acceder a instrumentos bancarios debido a su precariedad laboral y económica.
Similarmente, aunque la vivienda prefabricada permita optimizar costos y tiempos, es difícil pensar que éstas puedan aplicarse en comunas con topografía sinuosa como es el caso de Viña del Mar y de Valparaíso.
Y es que los problemas en la región son variados, pues las barreras para desarrollar viviendas sociales cambian dependiendo de la comuna, lo cual advertimos el año pasado desde Fundación P!ensa en un estudio sobre déficit habitacional. Por ejemplo, Valparaíso tiene alta vacancia en el plan y es costoso construir en los cerros, Viña del Mar tiene precios inalcanzables para la aplicación de subsidios en la mayoría de sus barrios y Quilpué tiene un plan regulador que dificulta la construcción de condominios sociales. A pesar de la heterogeneidad local, todo converge a que, si no logramos aumentar la oferta subsidiada, será muy difícil que la situación pueda ser revertida.
Para lograr lo anterior, considero necesario cambiar el paradigma. Necesitamos repensar más allá de la lógica de las últimas décadas, pues las carencias habitacionales no se resuelven solamente con la construcción de nuevas viviendas. Dicho de otra forma, el déficit es sólo otro síntoma de la pobreza multidimensional y mientras no se le haga frente de manera sistemática y acoplada con otras políticas sociales, es poco probable que las familias salgan del círculo de la pobreza –o incluso que accedan al sistema bancario para comprar una casa por sus medios–. Un claro ejemplo de lo anterior lo vemos en la fragilidad de la clase media, que ha llevado a que diversos núcleos familiares terminen viviendo en campamentos debido a la pérdida de sus trabajos.
En conclusión, existen diversos factores que permiten explicar el aumento del déficit habitacional, lo cual trasciende a las palabras del diputado Luis Cuello en este medio respecto a que los problemas simplemente fueron heredados del gobierno anterior. Sin embargo, una pregunta más trascendental alude a cómo poder conducir una política que realmente responda a las necesidades de vivienda, y para ello parece ser más efectivo volver a pensar nuestros programas habitacionales y no seguir insistiendo en hacer más de lo mismo.
Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso