Moderación y democracia

Moderación y democracia

El presidente hace unos días en un discurso con tono agitado emplazó directamente a la oposición diciendo que ellos no ceden, mientras que el oficialismo, acorde a su narrativa, ha intentado moderarse y llegar a acuerdos. Esta cuña, celebrada por sus partidarios -que incluso fue compartida en las redes sociales del Frente Amplio- muestra una vez más cómo la idea de moderación, cuando es solo aparente, incentiva la polarización y erosiona la vida democrática.

Este problema que afecta la política actual no es exclusivo del presidente. En términos simples, el problema radica en presentarse como moderado, como aquellos que ceden, mientras que el resto (el “adversario”) es el que no cede y evita avanzar en las políticas que el país necesita. Claramente, esto no es más que una ilusión dado que, por una parte, encasilla a todo un sector político en una misma posición cuando basta con ver que existe una pluralidad de opiniones dentro de la derecha e izquierda. Por otra parte, busca imponer una imagen virtuosa en la que nosotros somos los únicos que estamos haciendo sacrificios. 

Todo esto genera un ficticio y muestra que los “moderados” que ceden no son más que agentes polarizantes en la práctica, lo que acentúa la crisis democrática chilena. El problema es tanto de diseño institucional como de convivencia en el que no hay una deliberación real en la que se busquen mínimos comunes o, al menos, aclarar conflictos. Por el contrario, el objetivo es acentuar el antagonismo, donde hay buenos y malos, con el fin de intentar capturar a un votante desencantado que, en repetidas encuestas, ha respondido que las élites deben llegar a acuerdos reales para solucionar problemas concretos.

La vida democrática, como John Dewey nos recuerda, no se construye solo a partir de un buen diseño institucional, sino también por cómo cada elemento, desde la conversación cotidiana hasta las decisiones importantes a nivel país, tiene que estar influenciado por esta “cultura democrática”. En ese sentido, no son solo las elecciones o las reglas del juego lo que nos permite mantener la democracia, sino también la forma en que nos relacionamos. Volver a construir estos puentes dentro de los mismos sectores políticos, con el adversario y, principalmente, con la ciudadanía es una tarea fundamental que no puede seguir siendo dejada de lado.

 


Columna publicada en La Segunda