¿Moral o política?

¿Moral o política?
partial view of politicians shaking hands on white

La Presidenta del Consejo Constitucional planteó en su discurso inaugural que a la crisis integral que vive nuestro país “la antecede una profunda crisis moral que se manifiesta en la descomposición de la vida familiar, en el desprecio por la autoridad, las normas y el Estado de derecho, y por cierto en la justificación de la violencia y su solapada promoción como método de acción política”. Estas palabras requieren un análisis detenido por la referencia a la crisis moral, un concepto que dentro de un contexto político debería causarnos sospechas.

Para ilustrar el punto es necesario comprender dos usos del concepto de moralidad. Por una parte, este concepto se usa descriptivamente para retratar el código de conducta de una sociedad, una cierta tradición inscrita en la comunidad política. Por otra parte, se usa normativamente para referirse al código que adscribiría un agente moral o una asociación de estos por su condición racional (diferenciándose así lo correcto de lo incorrecto). Entendido de la primera manera, el discurso de la presidenta apuntaría a decir que se perdieron las reglas que unían nuestra comunidad política, es decir, nos encontramos en un estado de anomia al que tenemos que hacer frente. Tomado de la segunda manera, el discurso apuntaría a decir que la causa de la crisis de la sociedad se debe a que esta dejó de lado la moral (doctrina) correcta que dicta la razón. Desde este último punto de vista, la crisis moral se determina por la carencia de ciertas características que harían buena a la sociedad. Justamente, el problema del discurso es que no sabemos a qué se refiere la Presidenta en su alusión a la “crisis moral”, lo que en vez de aclarar su postura nos mete en un terreno pantanoso. Y es que, no solo es difícil separar los dos usos del concepto (probablemente la presidenta se refiera a ambos), sino que de por sí es peligroso hacer referencia al uso normativo, más aún si a esta crisis se le atribuyen fenómenos negativos de distinta índole.
Así, este entendimiento normativo de la moralidad permite generar una épica que debería sonar conocida: el pueblo está extraviado y necesita ser devuelto al camino correcto que dicta la moral. Y para ello, una solución es enmendar el camino a partir de la constitución.

Esta conclusión sería idéntica a la que llegaron los convencionales del fracasado proceso constituyente, pero ahora desde la otra vereda política. Pensar que la crisis moral (si es que existe algo como tal) se puede solucionar cambiando el espíritu de los ciudadanos a partir de una constitución es, por lo bajo, ingenuo. Finalmente, a los ganadores les toca decidir si quieren hacer un texto para su credo o uno para toda la comunidad política. Dicho eso, esperemos que esta vez la historia no se repita -parafraseando a Karl Marx- como una miserable farsa.

Columna publicada en La Segunda