Nadie dijo que sería fácil

Nadie dijo que sería fácil

Hoy culmina el desgastante proceso preelectoral. En pocas horas sabremos a ciencia cierta qué candidatos estarán en la papeleta el próximo 11 de abril. El camino, imagino, ha sido complejo. No solo para esos independientes fuera de pacto que han intentado conseguir nuestro patrocinio, sino que también para aquellos candidatos que—militando o no—han tenido que luchar en medio de las tensiones propias de cualquier conglomerado. Pero lo que sigue no será más fácil, ni para candidatos ni para ciudadanos.

En primer lugar, no será fácil para candidatos porque la cancha será dispareja (así es la vida, dirán muchos). Frente a una regulación más bien prohibitiva, que mira con desconfianza cualquier acción de campaña, los candidatos retadores tendrán cierta desventaja frente a todas esas figuras que gozan de algún grado de conocimiento ciudadano. Durante estas últimas semanas, este hecho ha alcanzado cierta notoriedad a propósito de las renuncias de senadores, diputados y ministros que aspiran a un escaño en la constituyente. Sin pretender restringir el derecho de cualquier ciudadano a ser candidato, varios se han atrevido a sugerir que este tema implica un problema más bien práctico. La visibilidad que le han dado sus cargos parlamentarios o ministeriales representaría una diferencia injusta que debiese ser considerada. El problema, sin embargo, es que este argumento pierde consistencia cuando se piensa en la visibilidad que han tenido otros candidatos—incluso independientes fuera de pacto—ya sea por sus apellidos, historias, escándalos o carreras mediáticas. Dar cuenta de esta realidad, en ningún caso, implica desconocer que la cancha será dispareja. ¿Y qué se puede hacer? Pues tratar de emparejarla, lo que difícilmente se conseguirá con una regulación de campañas tan restrictiva como la que tenemos.

Pero, tal como dije, lo que viene tampoco será más fácil para los ciudadanos. Solo en el distrito 7, existen más de 150 independientes solicitando patrocinio para ser candidatos a la Convención Constitucional. Indudablemente, no todos ellos lograrán estar en la papeleta en abril próximo, pero, aún así, todo indica que tendremos que tomar nuestra decisión frente a una sábana de nombres más bien sofocante. En términos democráticos, esto podría suponer un tremendo problema. Como algunos autores sugieren, tener un gran abanico de opciones disponibles no siempre termina siendo lo más adecuado. En mi caso, solo debo recordar mis nefastos intentos por elegir un plato de comida en cualquier restaurant (al final, siempre el que elija mi señora va a estar mejor). En términos electorales esto se replica. Decidirse por una opción es difícil, en especial en momentos en que reina la desinformación.

Pero pese a lo anterior, y para nuestra fortuna, no siempre es necesario tener conocimiento pleno para tomar una decisión acertada. Desde los años 50 encontramos a algunos autores que sugieren la existencia de “pistas” que permiten un brinco de abstracción en los votantes. Gracias a esas “pistas”, las decisiones que tomamos con información parcial usualmente son las correctas. Esto quiere decir que, aún teniendo información plena, seguiríamos convencidos de la misma alternativa. Podremos suponer fácilmente que una de esas “pistas” se relaciona con los partidos o pactos electorales. Esto, en cierta medida, es bastante comprensible. Por ejemplo, creo que estaríamos de acuerdo en que no siempre será necesario investigar qué piensa el candidato “Fulano” sobre el aborto, pues si va por un cupo del Partido Socialista podríamos intuir su postura en ese y otros temas. Pero esto, sin embargo, podría verse desafiado en una papeleta llena de nombres y con pocos indicadores respecto a qué es lo que representan. Problema que se exacerba cuando observamos que muchos candidatos ni siquiera tienen postura en todos los temas. Si hace algunas semanas se denunciaba que la convención podría transformarse en una lucha de identidades, hoy podemos sugerir que corremos el riesgo de devenir en una lucha de causas personales. Muy preocupados por la descentralización o por los derechos de los animales, quizás olvidemos promover un debate serio en torno a nuestro régimen de gobierno (detalle importante en cualquier Constitución).

Como sea, el menú del 11 de abril podría terminar siendo tan complejo para los comensales (o ciudadanos), que provoque la peor consecuencia posible: la paralización (o, en términos electorales, la abstención).

Nadie dijo que este proceso sería fácil, es cierto. Sin embargo, muchos actores en los últimos meses han pecado de una ingenuidad que, quizás, encuentre sus fundamentos en ciertas cuotas de autosuficiencia. Lo que viene será desafiante y requerirá de la humildad y el trabajo de todos. A fin de cuentas, solo de nosotros depende estar a la altura.

Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso