¿Quién ganará las elecciones?
Sea cual sea el momento, esta es la gran pregunta que se repite sistemáticamente en cada uno de los comicios que se celebran en nuestro país. Algunos analistas—desde siempre—se han atrevido a sugerir porcentajes y ganadores, apostando por coaliciones en función de encuestas y datos previos. Para otros, sin embargo, resulta bastante arriesgado siquiera esbozar una respuesta.
Independiente de la postura que se tome frente al fenómeno, la “política ficción”—por llamar de algún modo al ejercicio de predecir estos eventos electorales—se ha transformado en un área tan atractiva como peligrosa. Atractiva porque la incertidumbre es alta y lo que está en juego es esencial. Y peligrosa porque las consecuencias democráticas de la actividad pueden ser más que relevantes. Por más erradas que resulten las predicciones de los distintos expertos, lo cierto es que todas ellas pueden impactar de manera significativa en el resultado final del proceso. Esto no es para nada nuevo, ningún candidato cree en las encuestas, pero todos quieren aparecer en ellas. No necesariamente para confirmar diagnósticos, sino que también por los efectos políticos y electorales que se desprenden de “estar en la carrera”. En este sentido, los estudios demoscópicos y los análisis electorales no funcionan solo como fotografías de la realidad, sino que también como herramientas y acciones de campaña. Las declaraciones de los analistas, por tanto, no solo deben ser entendidas en su dimensión predictiva, sino que también en su función generativa (la realidad que van creando).
Pero aceptar la dificultad técnica y política de predecir resultados no significa que no podamos constatar ciertos hechos. El primero de estos se relaciona con que la derecha parece haber entendido mejor el sistema con el que se escogerán a los futuros constituyentes (para ser sinceros, quizás la izquierda lo entendió igual de bien, pero sus luchas internas y sus individualismos le impidieron aprovecharlo). En base a esto, uno intuiría que el conglomerado oficialista corre con ventaja, lo que podría transformarse en un verdadero balde de agua fría para aquellos que siguen viviendo en la ilusión de que el 78% del apruebo implicaba un voto de oposición a la coalición gobernante.
Un segundo hecho cierto es que las listas de independientes fuera de pacto entendieron poco o nada de las reglas del juego. ¿Eso quiere decir que les va a ir mal? Pues no, pero sí que sus probabilidades de éxito se equiparan a la de aquel entusiasta velocista que pretende ganar el mundial de atletismo compitiendo con traje y mocasines. ¿Imposible que lo logre? No, aunque bastante improbable.
Pero aun cuando conozcamos (y compartamos) estos hechos ciertos, sigue siendo difícil aventurarse con resultados. De modo especial, las próximas elecciones de abril estarán marcadas por una serie de aspectos inéditos que pueden inclinar la balanza inesperadamente. Las correcciones al sistema proporcional—por paridad de género y por pueblos originarios—son solo un ejemplo de los elementos novedosos en la ecuación. Así mismo, por primera vez mezclaremos de forma tan evidente cargos locales (alcaldes y gobernadores) con cargos nacionales (convencionales), lo que podría afectar de forma sorpresiva en la participación. A esto debemos sumar el efecto pandemia, la vacunación y la fragmentación de la elección en dos días. ¿Votarán los mayores igual que siempre? ¿Influirá el miedo al contagio en las semanas más críticas desde que empezamos con la crisis sanitaria? ¿Tendrá algún rol la sensación de seguridad que provoca el proceso de vacunación exitoso? Ninguna de estas preguntas es de fácil respuesta, y todas ellas resultan relevantes a la hora de predecir o comprender lo que sucederá.
Entonces, ¿quién ganará las próximas elecciones? La respuesta es la que todos queremos dar, pero la que nadie quiere escuchar: Imposible saberlo. Siendo conservador, uno podría sugerir que la participación será similar a la de los últimos años (en torno al 40%) y que las fuerzas políticas debiesen estar más o menos equilibradas (con la derecha en torno a un 40%). Todo lo demás sería una sorpresa. En esa línea, no queda más que celebrar y valorar los esfuerzos que se han realizado a la hora de comprender y predecir lo que se nos viene. Pero al mismo tiempo, se hace necesario que leamos estas propuestas con cautela y beneficio de inventario. Después de todo, el único análisis interesante será el que se haga con el diario del lunes.
Columna publicada en El Mercurio de Valparaíso