Transición de Género en la Infancia: ¿Una decisión apresurada?
Las recientes declaraciones de Andrea Albagli sobre la posibilidad de iniciar procesos de transición de género en niños o niñas, han suscitado un complejo debate. Durante la sesión del 2 de septiembre de la Comisión de Familia, Infancia y Adolescencia del Senado, la Subsecretaria de Salud Pública afirmó que “ni la ley ni el reglamento establecen una edad mínima para el inicio del acompañamiento” en el marco del Programa de Acompañamiento e Identidad de Género (PAIG). Esto podría, por ejemplo, llevar a la remoción de la tutela en caso de que los padres o cuidadores se opongan a la voluntad del menor, incluso tratándose de un niño o niña de tan solo 3 años, como señaló con preocupación Daniel Mansuy el pasado viernes.
Este vacío regulatorio debiese ser un motivo más de preocupación que de celebración, especialmente cuando la comunidad científica ha levantado sus dudas sobre las implicancias que este tipo de intervenciones pueden tener en la salud física y mental de los menores en el largo plazo. Clara evidencia de esto son las medidas retroactivas que se han tomado en Reino Unido y Canadá tras el Informe Cass, que pone de manifiesto los riesgos asociados a los tratamientos hormonales, como los bloqueadores puberales, y la realización de una transición apresurada e irreversible.
La identidad de género es un aspecto profundamente personal y su expresión puede variar significativamente entre individuos. No obstante, la intervención médica a edades tan tempranas, como se sugiere, carece de un respaldo científico robusto. De hecho, el mismo estudio citado por la subsecretaria, realizado por María Fernanda Castilla-Peón (endocrinóloga infantil), señala posibles efectos adversos de estos tratamientos, como el aumento del riesgo de enfermedades cardiovasculares y cáncer de mama, además de destacar su irreversibilidad. En este contexto, la Endocrine Society y la Asociación Profesional Mundial para la Salud del Transgénero (WPATH, por sus siglas en inglés) recomiendan no realizar cirugías de reasignación de género antes de los 18 años.
Para que el acompañamiento de la disforia de género se realice bajo condiciones óptimas, es esencial centrarse en la salud mental y el bienestar psicológico de la persona. La evidencia indica que el apoyo familiar y social es clave en este proceso, logrando incluso reducir las tasas de suicidio en quienes la experimentan. Mientras que gran parte de quienes comienzan este proceso deciden no realizarse intervenciones quirúrgicas luego de recibir otros tratamientos y el apoyo psicológico adecuado.
En este contexto, una verdadera legislación en favor de una autonomía progresiva de los individuos, que realmente priorice el bienestar superior de niños y niñas, debe involucrar a su entorno cercano y estar respaldada por evidencia científica. Una transición realmente acompañada debería ofrecer un entorno seguro donde el menor pueda explorar su identidad de género, sin presiones, para no tomar decisiones irreversibles de las que luego se pueda arrepentir.
Columna publicada en El Dínamo