Una democracia para erizos

En su famoso ensayo sobre el concepto de la historia de Tolstoi, Isaiah Berlin parte citando el conocido extracto de Arquíloco: “muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una sola y grande”. Para Berlin, esta frase tiene un significado figurativo y versa sobre cómo las personas interpretan el mundo. En ese sentido, los erizos serían aquellos que comprenden el mundo a partir de un gran sistema, mientras que los zorros lo ven a partir de un conjunto de ideas que pueden ser contradictorias (y además suelen perseguir muchos fines). En otras palabras, los erizos son aquellos que relacionan y organizan todo a partir de un solo principio al que en último término siempre refieren las cosas. Mientras que los zorros no poseen una visión única; al contrario, persiguen distinto tipos de ideas, rehuyendo de todo principio y sin una visión interna coherente, lo que les permite adaptarse a la contingencia con mayor facilidad. Es importante destacar que para Berlin esta diferenciación no es única de los intelectuales, sino que también podría aplicar a todas las personas. Además, la diferencia no versa sobre conocimiento, puesto que aquellos que interpretan el mundo desde una sola idea central pueden no comprenderla, o hacerlo peor que los que no lo ven desde ese prisma.
Esta diferenciación permite abrir ciertas preguntas importantes: ¿es mejor ser un zorro o un erizo en un contexto político? ¿Chile se acerca más a los erizos o a los zorros? Ambas interrogantes son fundamentales para nuestra vida política. Y es que quizás a todos nos gustaría ser zorros, capaces de ceder y modificar nuestras creencias dependiendo del contexto al que nos afrontamos. Pero quizás el valor está en ser erizos (y me parece que en Chile nos acercamos más a esta forma de ver el mundo), en creer que hay una teoría ética que guía nuestro actuar político, en que poseemos cierta congruencia en nuestra forma de actuar y ver el mundo. En ese sentido, hay ciertas cosas que en ninguna circunstancia podríamos ceder, cuestiones que toman un valor supremo; la pregunta está en cómo podemos vivir democráticamente entre distintos erizos.
Justamente, este punto toma una relevancia particular en el último tiempo y me parece que no se ha tratado con suficiente atención. Es una pregunta previa a toda discusión valórica que no nos hemos tomado el tiempo de responder y que es de vital importancia dado que la vida entre erizos, especialmente cuando hablamos de las bases de nuestra sociedad, puede ser compleja. La discusión de temas valóricos son un fiel reflejo de esta complejidad: cada uno de los sectores le exige al otro actuar pragmáticamente para que se acomode a su forma de ver el mundo, pero ninguno quiere ver que al hacer esto el otro tendría que “traicionar” su propia conciencia. En otras palabras, se le pide a otros actuar como zorros cuando claramente son erizos, quedándonos en la exigencia y no en la pregunta en torno a la convivencia democrática.
Se cierre o no el proceso constitucional, la pregunta en torno a la vida democrática seguirá al debe. Todavía no somos capaces de establecer un sistema que permita la convivencia entre erizos y menos uno que nos permita afrontar preguntas difíciles en conjunto -como lo muestra el actual y el pasado proceso constitucional-. Y mientras no exploremos como sociedad una respuesta a estas interrogantes, la base democrática seguirá tambaleándose.
Columna publicada en La Segunda